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‘El nuevo cine coreano’ en Casa Asia: ‘Aliento’ (‘Soom’, Kim Ki-duk, 2007)

Provocaciones voluntarias, agotamiento lateral

Kim Ki-duk podría considerarse como el autor de la visibilidad. Sus obras, aunque no especialmente comerciales, tuvieron (y siguen teniendo) un amplio recorrido en festivales internacionales de prestigio. Es por ello que se constituye como el cineasta clave de la Nueva Ola Coreana, tanto por su función de bisagra que facilita el interés por lo que está pasando en Corea como por su capacidad de permanencia tanto en el tiempo como en lo que atañe a su personalidad fílmica.

Aliento se podría considerar como el (casi) canto del cisne de una etapa de lenta pero firme decadencia en su filmografía, que se cerraría con Dream (Bi-mong, 2008). Un periodo que podríamos enmarcar entre los años 2005 y 2008, momento en que tras el cénit de su éxito internacional con Samaritan Girl (Samaria, 2004) y, especialmente, Hierro 3 (Bin-jip, 2004), sus películas entran en un estancamiento formal y argumental. Esencialmente películas como El arco (Hwal, 2005), Time (Shi gan, 2006), y la que nos ocupa, Aliento, parecen estar rodadas con el piloto automático puesto, con la expectativa de que la repetición de la fórmula conducirá igualmente al éxito y no a su agotamiento.

Precisamente Aliento parece un intento de revertir esta situación. No se trata de dar un giro absoluto, pero si de complementar elementos perennes en su obra, como la poética de los silencios, con explosiones, más o menos contundentes en su forma, de dramatismo desgarrador. La intención es crear contrastes, que el silencio funcione no solo como poesía sino como catalizador de tensiones, de acumulador de tensión dramática para que el estallido posterior sea, o al menos su impacto, de mayor potencia y trascendencia narrativa.

En esta historia de amor imposible entre un convicto y su ex novia se ponen en movimiento todos los elementos necesarios para que la estrategia funcione. Conflicto familiar, drama carcelario y revelación de eventos trágicos del pasado se unen para crear una atmósfera turbia, fría, que roza lo insano, que bordea la locura. No obstante, y aunque los elementos están ahí, no hay continuidad en su eficiencia. Especialmente significativa es la confusión que se produce entre la dramatización y el tremendismo más exagerado, en la barroquización de la expresión de los sentimientos.

El ejemplo más claro está en la descompensación entre los fueras de campo para la violencia (sea autoinfligida o no) del protagonista y la exhibición impúdica de sentimientos que ofrece su ex novia en unos números musicales tan sorprendentes por su desubicación contextual y narrativa como sonrojantes y violentadores en su ejecución. Porque finalmente eso es Aliento, más un intento de tremendizar hasta el extremo, de deformar una historia hasta lo grotesco, que de realmente construir una película que rompiera la tendencia de su filmografía.

Finalmente la sensación que nos queda es que esta es una película que contiene otra, la que pudo haber sido y que finalmente acaba soterrada bajo los excesos innecesarios que hay en ella. Aliento quiere hablar de desequilibrios emocionales y pretende hacerlo precisamente a través de dotarse argumental y formalmente de dicho desequilibrio, de forzar hasta el límite tanto el mini como el maximalismo. En ocasiones la sensación es que Kim Ki-duk juega a ser un Bresson gamberro (especialmente en lo que se refiere a las condiciones de vida en la cárcel) y en otras que se aburre con el material que se trae entre manos.

Como indicábamos al inicio, esta es una película que marca el fin de un ciclo, pero al mismo tiempo da algunas de las claves de la filmografía del director: recupera la capacidad de crear espacios minimalistas, de compartimentar universos estancos y dibujar con precisión sus límites, pero también configura constantes en su filmografía posterior, como la del empeño en dinamitar esos espacios mediante la bola de demolición del exceso. A menudo se ha calificado a Kim Ki-duk como enfant terrible del cine coreano por su independencia y su “voyamibolismo” fuera de las tendencias. Películas como esta lo certifican en parte, porque no hay que confundir independencia con estar fuera de control, y eso es esencialmente lo que ocurre con Aliento.

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Sitges 2012 – Festival Internacional de Cine Fantástico de Catalunya (11/10/2012)

Juego de supervivencia

En algún momento habría que empezar a reflexionar sobre si el interés del Festival de Sitges por crecer y expansionarse vale el precio que está pagando. Más películas en la sección oficial, más cine asiático, más categorías y por ende más capacidad de elección. Todo parece ir in crescendo, ¿Todo? Pues lamentablemente la respuesta es no, y más triste aún cuando esta negativa va referida a lo que nos ocupa: la calidad de las películas.

Cierto que ni el programador ni el espectador pueden esquivar el factor suerte. El caso paradigmático sería The Lords of Salem. Programar a Rob Zombie es un acierto, que su film sea mejor o peor es otra cosa. Lo que resulta más preocupante es que el nivel general cinematográfico ha bajado alarmantemente. Dos ejemplos paradigmáticos de ello los hemos podido ver hoy. Son A Fantastic Fear of Everything (Crispian Mills y Chris Hopewell) y Tai Chi Zero (Stephen Fung), que parecen expresamente proyectados para fans de Simon Pegg y del wu xia sin haberse parado a revisar si realmente, por mucho público que pudieran atraer a priori, son buenas o, al menos, interesantes.

En el primer caso nos hallamos ante un film de la factoría Simon Pegg, es decir una combinación de humor y terror para mayor gloria del actor británico que, en este caso, se adueña prácticamente en su totalidad del show. Un espectáculo consistente en amontonar gags y creer que en el efecto acumulación está la gracia. Una película que pretende ironizar sobre los miedos propios y cómo los trasladamos y acaba por parecerse más a una de las peores películas de los hermanos Farrelly que no al producto inteligente que aspiraba a ser. Si algo positivo en cambio tiene Tai Chi Zero es su nula voluntad de trascender; quiere ser un producto divertido a la par que ambicioso en su estética steampunk. Una voluntad que queda truncada por un 3D espantoso y un desarrollo visual que consiste en atiborrar al espectador de información en la pantalla cortando todo atisbo de ritmo. Junto a ello la no menos incoherente transformación de muchas de las escenas en meras pantallas de un videojuego con el que, naturalmente, el espectador no puede interactuar. En Tai Chi Zero no hallamos atisbo alguno de lo cinematográfico, haciendo así irónicamente honor a su título.

No todo han sido decepciones en la jornada de hoy, especialmente destacable el mediometraje Mekong Hotel de Apichatpong Weerasethakul. Una muestra más del universo particular del director tailandés. Un film coherente con su estilo, que se balancea entre lo documental y lo fantástico y que tiñe situaciones con un aire de suave y relajante ironía. Una película que sugiere más que explicita y que invita a la reflexión a través del desconcierto. Todo lo contrario es lo que Kim Ki-duk nos ofrece en su última película, Pieta. Este es un regreso al Kim de lo excesivo, de lo casi pornográfico en su explotación visual de las miserias humanas. Una cinta que remite a primeros trabajos del director coreano como Bad Guy (Nabbeun namja, 2001) tanto argumental como estéticamente. Un descenso a los infiernos y la mugre de las bajezas humanas que consigue mantener un interés alto. No obstante, Pieta se resiente de una poesía visual muy impostada dando la sensación de que, aunque Kim recupera en parte el pulso, aún no ha vuelto al nivel de, por ejemplo, Hierro 3 (Bin-jip, 2004).

En una modesta pero necesaria equidistancia visionamos el esperado anime Wolf Children (Okami kodomo no ame to yuki) de Mamoru Hosoda, autor de las deliciosas The Girl Who Leapt Through Time (Toki o kakeru shôjo, 2006) y Summer Wars (Samâ uôzu, 2009). Este, aunque con una factura igual de preciosista, no es un trabajo a la altura de los anteriores. Demasiado edulcorado y alargado, se recrea en un drama y en unos acontecimientos muy obvios que llevan al espectador a sentir el peso de un metraje excesivo para lo que la historia pide. Una película a la que sin duda le hubiera convenido una mayor concreción argumental y mejor exposición en el desarrollo del drama, especialmente a la hora de no hacer tanto hincapié en el subrayado musical.

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Donostia Zinemaldia – Festival de Cine de San Sebastián (16-17/09/2011)

Dualidades

Intruders (dirigida por Juan Carlos Fresnadillo) se abre con una madre y un niño ideando nuevas reglas para un cuento que acabará tornándose físico y real. Inaugurar la 59 edición del Zinemaldi con esta película es toda una declaración de intenciones. Primero, porque su selección es un corte directo respecto a los criterios de años anteriores: abrir el concurso con una película de género muestra un cierto interés por las formas y no sólo por los contenidos. Segundo, porque sirve de encadenado al nuevo director del certamen, José Luis Rebordinos, que pasa de conducir la Semana de Cine Fantástico y de Terror de Donostia a pilotar el Festival de Cine de San Sebastián. Y tercero, porque la elección de Intruders también funciona como una cortinilla (de estrellas) que permite ganar visibilidad en los medios, gracias a la presencia de un equipo español y europeo que tiene un convincente permiso de residencia hollywoodiense.

Si hablamos de la película en sí, lo cierto es que Intruders es una película tan correcta como insípida. Tal vez lo más destacable, a parte de un villano bien concebido y una trama en dos fases y espacios diferentes, es cómo en esta ocasión el inevitable (y previsible) giro final es más estructural que narrativo. Tiene algunas imágenes ciertamente potentes (el muñeco de fuego, el robo de voz, la cámara de vigilancia) pero el resultado es poco esforzado y todos los elementos que prometían una buena película de terror quedan ocultos bajo un thriller excesivamente sobrio. Hay, eso sí, un elemento que da bastante miedo: bien sea por un error de casting, de caracterización, de dirección, o directamente de industria, existe una mirada desmesuradamente lujuriosa hacia la niña protagonista.

Martha Marcy May Marlene (dirigida por Sean Durkin) también opta por contar dos historias reflejas en tiempos dispares. La historia comienza con una Martha que escapa de una secta (donde ha sido rebautizada como Marcy May) para reunirse con su hermana. A partir de ahí, el espectador asiste a las dos convivencias en paralelo, siempre desde el punto de vista de la protagonista. Uno de los grandes aciertos de la película es convertir las secuencias de la secta en un entorno de fascinación continua mientras que la parte que se desarrolla en un entorno de libertad es, de hecho, la más incómoda. La presencia de una hermana que apenas conoce, en una casa alquilada demasiado grande para tan pocos inquilinos, hace que Martha, a diferencia de Marcy May, no tenga ningún tipo de sentimiento de pertenencia. Martha Marcy May Marlene es un título consecuente, honesto y muy respetuoso con las normas que se ha autoimpuesto. Se le puede achacar cierto preciosismo innecesario (ésta es una película que no respira, donde todos los planos tienen una composición extremadamente equilibrada) pero usa perfectamente los símiles y, además, se permite un juego espléndido de elisiones entre los dos tiempos.

Estos dos primeros días de Festival han destacado por varias películas centradas en diferentes tipos de dicotomías. Si en las dos películas mencionadas éstas aparecían en la propia organización del relato, en Albert Nobbs (dirigida por Rodrigo García) y Et maintenant on va où? (dirigida por Nadine Labaki) quedan más fijadas en los argumentos. En el primer caso, Glenn Close (premio Donostia 2011) interpreta al Albert del título, una mujer que se ve obligada a adoptar una identidad masculina a finales del siglo XIX. En el segundo, un grupo de mujeres libanesas intentan convencer a los hombres del pueblo de lo absurdo de las comparaciones/confrontaciones entre cristianos y musulmanes. Albert Nobbs tiene el (noble) problema de ser una película donde todos los implicados (actriz, guionistas, director) quieren demasiado a su protagonista. Ello impide que existan indiscreciones incómodas pero necesarias como un acercamiento a las obviadas pulsiones sexuales de su protagonista. En el caso de Et maintenant on va où? el problema son las ganas absolutas de contentar a la audiencia a toda costa: hay comedia, drama, feminismo, amor, fe, comida, amistad, canciones, guerra, exotismo, lágrimas, sexo y bailes en menos de dos horas. El resultado es colorista pero superficial; los personajes y situaciones son curiosos pero intercambiables entre sí y la conclusión final es la lógica pero llega por saturación. Nadine Labaki, la directora, ya consiguió el premio del público y el de la juventud en San Sebastián con Caramel (Sukkar Banat, 2007) y unos ingredientes parecidos. Viendo las entusiastas reacciones a la película en la sala, no sería raro que repitiera.

Si en Et maintenant on va où? el problema es la cantidad abrumadora de elementos contradictorios entre sí, en Amen ocurre todo lo contrario: la nueva película de Kim Ki-duk es una película sin apenas componentes. Aquí, una chica viaja a París a buscar a su novio y desde allí inicia una búsqueda que la lleva a también a Venecia y Aviñón. Por el camino sufre una violación, y el violador comienza a perseguirla por toda Europa. Amen confunde las figuras de violador-novio y perseguidor-perseguido, y lo hace prácticamente sin trama, con un método amateur (se escucha continuamente el sonido del botón del zoom de la cámara, por ejemplo), con una sola actriz (que se dedica a repetir el nombre de su novio durante todo el metraje) y Kim Ki-duk como único técnico. El director dice en el dossier de prensa que ha hecho esta película para encontrar respuesta a preguntas como ¿Qué es un amante? ¿Qué es el amor? ¿Qué es el crimen? ¿Qué es la infelicidad? ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué es la fe? ¿Qué es el cine? Uno se pregunta cuál es la razón por la que el director coreano ha decidido radicalizarse, si los motivos de esta salida del sistema son personales o si efectivamente hay una pretensión cinematográfica que se me escapa. En cualquier caso, me atrevo a decir que el resultado es injustificable.

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