La belleza de la imperfección
Takahata Isao gozaba ya del respeto del mundo de la animación cuando, al cobijo del recientemente instaurado Studio Ghibli, se instaló en la excelencia con La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka, 1988), Recuerdos del ayer (Omohide poroporo, 1991) y Pompoko (Heisei tanuki gassen Pompoko, 1994). Pero parece que el maestro no se conformaba con rozar la perfección. Cinco años tardó en completar su siguiente y arriesgado movimiento con Mis vecinos los Yamada (Hôhokekyo tonari no yamada-kun, 1999). Con esa producción abandonaba definitivamente –ya en Pompoko había lanzado algún mensaje en este sentido– una fórmula de éxito que él mismo había contribuido enormemente a refinar y popularizar como marca de estilo en la animación de su país, en favor de la experimentación con otras estrategias narrativas, con otro perfil y diseño de personajes, con otros registros más directos en su ya demostrada capacidad para ironizar con las miserias de nuestro tiempo.
Con la familia Yamada apostaba por reivindicar otra estética, no menos propia de la tradición de ilustración cómica en su país, pero prácticamente inédita fuera de sus fronteras, como las series de tiras cómicas breves [1], con el reto de adaptar para largometraje una estructura episódica. Se considera que este film fue el mayor fracaso en la historia de Ghibli. Desde el punto de vista comercial y con las cifras en la mano se puede defender esta postura, pero no seré yo quien lo haga. Por aquel tiempo ya disfrutaba Takahata de un cómodo segundo plano, a la sombra aún en expansión de su compañero de viaje, el gigante Miyazaki. Realizar un producto que no reportara enormes beneficios contables pero que no hundiera la compañía ni afectara su prestigio artístico se me antoja como el mayor triunfo en la carrera del viejo maestro.
En Mis vecinos los Yamada creo poder rastrear el germen de la fascinante adaptación que The Tale of Princess Kaguya ofrece de El cortador de bambú. Recreando el antiguo cuento popular japonés [2] para escenificar el nacimiento de Nono-chan, la hija de la familia protagonista, no cuesta imaginar a Takahata plantearse un tratamiento exclusivo de tan sugerente historia.
Pero sobre todo sirvió para iniciar el desarrollo de una estética de la imperfección, sólo en apariencia contradictoria con el sello forjado por Ghibli, confirmando al veterano animador la gran libertad creativa de que podía gozar. Esa libertad que, paradójicamente, tanto ansía y persigue su princesa Kaguya y que Takahata ejerce volviendo a prescindir de lo accesorio para recrearse en los placeres visuales del trazo y la sugerencia. Recreándose en un dibujo que parece inacabado, con esos segundos y terceros planos apenas delineados, el apagado color aplicado a veces con aparente descuido y esos fondos que contrastan con el detallismo habitual en los productos de su estudio, nos ofrece una animación de una belleza arrebatadora.
Estamos ante una película tan compleja que desanima intuir (ya se puede leer por la red alguna muestra en este sentido) que habrá quien no quiera ver más allá de la recreación de una estética exótica y ancestral [3], porque Takahata está proponiendo aquí mucho más. Así nos lo hace notar en la escena en que la instructora muestra a la princesa un emaki, un rollo con narraciones ilustradas, y le explica su correcto uso. El rollo debe ser progresivamente desplegado por un lado y recogido por el opuesto, para ser vistas las ilustraciones en sucesión por el orden designado. La joven lectora de imágenes se rebela metafóricamente extendiéndolo por completo, mostrando el conjunto de imágenes en simultaneidad.
La contemporaneidad de la propuesta se materializa en múltiples aspectos. Destaca su tratamiento de lo individual y una apuesta en femenino ya anunciada por el título, avanzándonos una apropiación del cuento, su transformación para ofrecernos algo nuevo. El título “El cortador de bambú” no presentaba problemas legales de uso por ser de un cuento tradicional. Cambiarlo por el de “Princesa Kaguya” implica tomar la denominación más popular para referirse a él, pero sobre todo desplazar el punto de vista desde las extraordinarias vivencias del humilde campesino en el relato tradicional hasta los sentimientos de la muchacha en la película. No afirmaré que se trata de un film en clave feminista, pero sí que no deja en muy buen lugar al patriarcado. El deseo de posesión masculino reduce a la inquieta princesa a una indeseada reclusión. Su inteligencia le sirve para mantener una cierta independencia, pero pagando por ello un alto y doloroso precio. El cortador de bambú, en su bienintencionado papel de padre adoptivo, se muestra como figura castrante, interrumpiendo cada momento de íntima felicidad de su prohijada. Momentos que se producen en la humildad de lo sencillo, en la actividad artesanal y el contacto con la naturaleza. El goce de lo ordinario es el anhelo de la protagonista, en dolorosa paradoja con esa extraordinaria naturaleza que le otorga capacidades sólo soñadas por el individuo ordinario.
Y es que, con su despojada sencillez, la película suma nuevas fórmulas visuales pero no resta nada de los logros previos del animador, ni pierde un ápice de ese gusto por el detalle que viene distinguiendo su cine. Muy al contrario, deténgase el espectador en el gozo de experimentar la furia de la tormenta, la delicadeza de las sedas y tules o la exuberancia de la vegetación floreciente sobre una pantalla transmutada en lienzo sobre el que se van delineando con simpleza, en aparente descuido. Un descuido acentuado por esos trazos apresurados y deformantes que ensucian la pantalla con la desesperación de la protagonista en la secuencia de su huida, en su angustia al descubrir la violencia y la muerte, conceptos que irrumpen en doloroso contraste con la belleza visual del film, con la suavidad de sus delicados colores.
En efecto, la película está construida por contrastes, simbolizados a nivel formal por el trazo negro en soporte blanco. El contraste principal es el de las expectativas de la protagonista y la realidad que acaba viviendo, abandonada la perfección celestial para experimentar la vida ordinaria, movida por una idealización estética que no contempla la amargura inherente al devenir humano. Revelada la frialdad que reside en la perfección, comprendemos que la belleza sólo existe en cohabitación con lo imperfecto. Los breves momentos felices de la princesa son continuamente abortados por la irrupción de la realidad, frustrando cada sueño. Momentos de ilusión que se entretejen con sus correspondientes decepciones, como los hilos en el humilde telar al que la princesa dedica sus momentos vacíos, conformando trazo a trazo un relato de la imposibilidad de alcanzar los sueños.
Qué hermosa, qué terriblemente amarga es esta película.
Qué hermosa es la carrera profesional de Takahata vista en perspectiva: tantos años avanzando por el camino de la excelencia para acabar realizando la película perfecta apostando por la imperfección.
Notas:
- Se conoce como yonkoma manga, literalmente manga de 4 viñetas, nombre que describe fielmente la composición formal del medio. En su brevedad, presentan sintéticamente situaciones conclusivas, pero al estar generalmente publicados como series por los diarios llegan a conformar relatos extensos, alcanzando las series más populares gran longevidad. Es el caso de Nono-chan, la serie que Takahata adapta en su película. ↑
- En Mis vecinos los Yamada se introduce la historia del matrimonio protagonista, desde su boda hasta el momento presente, como un recorrido por las artes tradicionales japonesas, mostrando el nacimiento de sus hijos como el de los protagonistas de cuentos clásicos, Momotarô (surgido del interior de un melocotón) en el caso del chico y Kaguya en el de la niña. El cuento del cortador de bambú o de la princesa Kaguya relata cómo un campesino, al cortar el tallo de un bambú, encuentra una niña resplandeciente en su interior. En lengua hispana disponemos de una muy recomendable edición de este relato, extraordinariamente traducida y prologada. TAKAGI, K. (tr.), El cuento del cortador de bambú. Cátedra, Madrid, 2004. ↑
- Takahata toma como referente la imagen ilustrada tradicional del periodo Heian, 794 a 1185 de nuestra era, en que se origina la historia narrada. ↑