Archivo mensual: junio 2011

‘X-Men: Primera generación’ (‘X-Men: First Class’, Matthew Vaughn, 2011)

La otra historia

Después de la experiencia desagradable que supuso X-Men orígenes: Lobezno (Gavin Hood, 2009) y tras el agotamiento evidente al que llegó la saga con la tercera entrega (X-Men. La decisión final, Brett Ratner, 2006), al pensar esta precuela no podemos evitar revalorizarla.

X-Men: Primera generación no será una película innovadora por sus recursos formales, sus efectos especiales o su propuesta argumental. Estamos ante un film diseñado para entretener, es cierto, pero en su condición de divertimento remueve cuestiones que resultan interesantes. Como la relación, delicada o desacomplejada, entre arte popular e historia en el contexto de la (vieja pero no creemos que superada) discusión entre alta y baja cultura. Ahí donde unos ven la historia como algo intocable a la que debemos acercarnos con fidelidad y respeto (ecos del travelling de Kapò incluidos) otros ven una fuente inagotable de ideas [1].

El comic ha tenido que vestirse de “novela gráfica” para pasar de lo bajo a lo alto. En la operación sin embargo no ha renunciado a su desparpajo al acercarse a los hechos históricos. Si en Enki Bilal, Art Spiegelman o Joe Sacco encontramos una reflexión con tono grave, con los superhéroes de la DC Comics y la Marvel la urgencia (¿comercial, patriótica?) de la acción parece diluir el peso de la historia, al menos en una rápida lectura [2]. No cuesta mucho imaginarse entonces la impresión que debieron llevarse los defensores a ultranza de la supuesta inviolabilidad de la historia ante la primera entrega de la saga.

Fiel al argumento del comic, Brian Singer nos mostraba a un Magneto infante que revelaba sus poderes cuando los nazis lo separan de su madre. ¡Horror, un hecho como el Holocausto, EL hecho, convertido en pasto del entretenimiento! X-Men: Primera generación arranca precisamente de aquí y nos cuenta la formación de los X-Men, sí, pero también la venganza del joven Magneto (gran Michael Fassbender). Y lo mejor de todo es precisamente que no se acompleja, como Singer en su momento, al usar la Guerra Fría como telón de fondo.

El temor de los cautos, que la historia pierda su peso, nos parece que aquí se cuestiona. Y es que si alguien se cree que la crisis de los misiles de Cuba la evitaron los X-Men el problema es suyo y no del comic, ni mucho menos del cine. La cuestión debería enfocarse más bien en el otro sentido para ver cómo, en los Estados Unidos, los superhéroes del cómic han dado peso a su propia historia. Es decir que no estaría de más preguntarse por el rol que han jugado, en el imaginario colectivo, Batman y Superman luchando contra Hitler e Hirohito en los 40, el Capitán América cazando comunistas en los 50 y, desde luego, el colofón temporal que representan los X-Men luchando contra los soviéticos en X-Men: Primera generación. No nos olvidemos de la fantástica ucronía de Watchmen (Zack Snyder, 2009).

Lucha de imágenes, la que nos gusta pensar se establece entre el mainstream y la crítica que Godard le hiciera a los Estados Unidos en su Elogio del amor (2001), el de ser un país sin nombre ni historia.

Así nos gusta ver esta energizante precuela, como un film que se apropia de la historia para darle nuevo impulso a la saga al tiempo que juega con la memoria histórica. Quizá por eso nos excita tanto la única secuencia rescatable del film dedicado a la figura de Lobezno, la otra historia (americana) contada a los niños (del mundo entero).

Notas:

  1. A propósito de la pertinencia (actual) del texto de Rivette véase “De la abyección - Siglo XXI” de Diego Salgado en la revista Détour (leer el texto). 
  2. Sobre la relación entre historia, cine y comic véase el interesantísimo artículo de Ivan Pintor, “La tarea de Moisés. La experiencia documental en el cine y la historieta” (leer el texto). 
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El espectador mal educado

Entre mayo y junio Madrid ha acogido generosamente al cine de vanguardia gracias a Rencontres Internationales Paris/Berlin/Madrid, El cielo en la Tierra y Leer las imágenes, leer el tiempo. Se define al cine experimental como aquel no narrativo, pero tal vez sería más útil aproximarse a él de forma menos dogmática, no parcelar a priori y despejar la mirada. Como afirma Nathaniel Dorsky, Ozu y Ford comparten con Brakhage elementos esenciales (la luz, el plano, el corte…); así también se acercaba al cine en su totalidad Manny Farber, sin aspavientos, atendiendo a la materialidad física y sensorial.

De estados de inconsciencia o duermevela surge una corriente emersoniana (Hollis Frampton, Nathaniel Dorsky, Peter Hutton…). Lo que podríamos llamar escritura automática (como el creacionismo poético de Vicente Huidobro) retrata instantes del Universo, en su vertiente micro con planos cuasi científicos (Dorsky) o en la macro con paisajes soñados (Hutton); entre medias, se intercalan cuadros de expresionismo abstracto, debido a nuestra incapacidad de discernir el referente. De esta visión espiritual no pueden escaparse sin embargo tampoco los directores racionales de vanguardia. Los tableaux de James Benning captan esencias de historia y el zoom de Michael Snow (Wavelenght, 1967) nos transporta desde un oscuro apartamento al mar abierto, del mismo modo que Robert Beavers alcanza un éxtasis acuático siguiendo el curso de un río griego (The Stoas, 1991-1997).

Pero, asimismo, no hemos de despreciar las virtudes de un espectador mal educado, de aquel que lucha contra el mundo de las sensaciones y necesita hilar los fotogramas entre sí de manera consciente. Un filme como Nuit Bleue (2009) de Ange Leccia desconcierta y engaña a este respecto; con duración estándar de largometraje y personajes interpela y golpea a la audiencia de forma constante con amagos de narración frustrados. Lleva a su máximo extremo el cine de planos vacíos contemporáneo y se sitúa en una tierra no transitada. El espectador, vapuleado, aprende que ha de mirar de manera diferente y trenza, por sí mismo, analogías distintas a las narrativas. De esta forma también se enfrenta a Straits of Magellan: Drafts & Fragments [Panopticons] (1974) de Frampton, donde de cada plano surge un apunte de película frustrado; a partir de la repetición y la serialidad, así como de la intercalación de fundidos, el espectador empieza a recopilar y asociar taxonómicamente cada corte con una idea. Igualmente, un mero título nos induce hacia un determinado estado de ánimo o predisposición hacia una película de Dorsky: Compline (2009), la última oración del día antes de acostarse, nos sumerge en un ambiente de misterio próximo a La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955), mientras que Aubade (2010) nos hace interpretar sus imágenes como escenarios recién abandonados por amantes sorprendidos ante la llegada del día.

Pondremos un ejemplo práctico. Tomemos el filme (Todos vós sodes capitáns, 2010) de Oliver Laxe. A la mitad del metraje, unos niños marroquíes recriminan el modo de filmar películas de su profesor de Cine: rueda hechos sueltos, sin historia, dándoles órdenes absurdas. A la pregunta de qué les gustaría a ellos sorprende, no obstante, que no quieran realizar grandes epopeyas, sino que opten por retratar paisajes conocidos: los animales, las casas, los árboles... Estos chiquillos bien pudieran ser espectadores comunes que mirarían, aturdidos, las últimas imágenes del filme como lo que son, una revelación del milagro de esas horas aparentemente banales que han posado ante la cámara, por un lado, y de los deseos materializados de rever sus espacios cercanos, por otro.

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‘Midnight in Paris’ (Woody Allen, 2011)

París es una fiesta

En el tramo final de Todos dicen I Love You (Everyone Says I Love You, 1996), Woody Allen se marca un baile con Goldie Hawn a orillas del río Sena en el que la pareja, literalmente, vuela: en un género como el musical que ya de por sí es fantástico (rompe con la realidad cada vez que los personajes expresan sus emociones a través de canciones y coreografías) se apuesta claramente y sin tapujos por lo mágico, lo onírico, como si a ese estado de ánimo solo se pudiera embarcar desde la capital gala, aunque el filme haya viajado antes por destinos tan seductores como Venecia y Nueva York.

A ese mismo rincón, y con ese mismo espíritu de feliz irrealidad, regresa Allen en Midnight in Paris, posiblemente su mejor comedia desde el citado musical y su mejor filme desde Match Point (2005). Bueno, a ese rincón y a otros muchos de una París que no aparece solo como esa postal turística, y en ocasiones descolorida, de Europa que el cineasta nos ha mostrado en su reciente (y aún inconcluso) tour por el viejo continente sino que se presenta, más que como una ciudad, como un auténtico universo vivo donde pasado, presente y futuro se mezclan y confunden bajo la lluvia.

Una de las grandes virtudes de Midnight in Paris es su continua capacidad de sorpresa, por lo que se disfruta más y mejor cuanto menos se conoce su argumento, algo cada vez más difícil en estos tiempos de tráileres que parecen sagas y 'espoilers' agazapados en cada esquina de la red. Así que únicamente apuntaremos que, como en otros Allen, tenemos a un escritor en crisis de identidad con varias encrucijadas abiertas (debe elegir si lanzarse a escribir su primera novela o malgastar su talento en la industria de Hollywood, quiere vivir como un bohemio en París en contra de su prometida y de sus republicanos padres…) que, como en los cuentos de hadas, acabará encontrando su propio camino cada vez que el reloj marque la medianoche.

Gil, el escritor en cuestión, es un sorprendente Owen Wilson, capaz de ir más allá del sosias alleniano con una creación tan tierna como divertida: un Quijote paseando entre molinos de viento acompañado de una bella escudera, la cada vez más imprescindible Marion Cotillard, y flanqueado por un acertado elenco de secundarios, donde destacan Rachel McAdams, Michael Sheen y Carla Bruni (no tanto por sus dotes de actriz como por los maliciosos susurros en la sala cada vez que aparece en plano), amén de una legión de chanantes e ‘ilustres’ cameos.

Como si le hubieran pitado los oídos cada vez que hemos criticado durante la última década que este Allen había perdido la puntería del viejo Woody, asumiendo que no habrá más Annie Hall (1977) ni Manhattan (1979) ni Hannah y sus hermanas (Hannah and Her Sisters, 1986) ni Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) pero consciente de que aún guarda balas en la recámara y de que nadie puede ver el futuro para firmar que lo mejor no está por llegar, el cineasta neoyorquino reflexiona con ironía sobre ese mantra tan asimilado de que cualquier tiempo pretérito fue mejor por el mero hecho de que ya es irrecuperable, lo que uno de los personajes del filme define como complejo de la Edad de Oro. Y lo hace con una comedia elegante y calmada (curiosamente, la secuencia más vodevilesca, la de los pendientes, es la que peor funciona), que pasea entre el suelo de la realidad y el cielo de la nostalgia sin prisa pero sin pausa, y que consigue que el cine de Allen, como París, sea otra vez una auténtica fiesta.

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‘Naufragio’ (Pedro Aguilera, 2010)

Hacia lo atávico

Regresa Pedro Aguilera a las pantallas españolas (¡por fin!) tras en 2007 irrumpir como un puñetazo con , película que anticipaba cierta angustia ante la deriva capitalista que se vive hoy en día, y cuyo final, como me recordaba tan acertadamente el otro viernes el compañero Enrique Aguilar, aparecía como la más terrible de las sonrisas lyncheanas. Naufragio, que se estrena este viernes 17 de junio en los Renoir de Madrid y Barcelona, además de en Bilbao (Cines Multis) y Vitoria (Cines Florida), parte de presupuestos distintos, pero no por ello menos inquietantes. Aquí la propuesta nos acerca a los mundos esotéricos primigenios, a universos simbólicos en colisión, dos civilizaciones, la del que llega y la de quien en apariencia recibe, que están destinadas a encontrarse, pero no de manera apacible. Lo contrario. Subrepticiamente.

Aguilera sabe bien cómo escenificar la tensión en el espacio diegético. Conoce la gramática; es un cineasta mucho más que aplicado. Sólo la imagen de apertura, esa diagonal bicolor que rompe la pantalla, augura un mundo en desequilibrio, dividido entre la luz y la oscuridad. De ahí pasamos a una playa, de donde surge el cuerpo del protagonista, Robinson (la referencia es obvia). El renacer en la tierra prometida. Quien espere cierto misticismo en la imagen, no obstante, andará del todo equivocado. Aguilera imprime una estética naturalista que señala antes lo oblicuo que lo elevado. Los cuadros se tuercen y buscan la geometría, una idea de orden en un paisaje extraterrestre, el de los áridos invernaderos almerienses, opuestos a las cálidas, quizá por destartaladas, barracas que acogen al recién llegado.

Ese juego de antagonismos toma aún más fuerza cuando Robinson viaja hacia el norte del país, un segundo tramo donde el carácter simbólico del relato se vuelve más intenso. Como también el camino hacia la violencia. Los espacios claustrofóbicos (¡qué magnífica localización la de la fábrica!), las turbias miradas, los deseos ásperos, la confusa integración. De la torcida geometría que domina el primer desarrollo del largometraje se avanza hacia lo profundo, lo pulsional y finalmente, el estallido y el repliegue en el misterio. Los planos se abren al paisaje para a posteriori cerrarse en primeros y primerísimos cuadros que buscan el contacto con una naturaleza a la que cada vez, y paradójicamente, se va acercando más y más el protagonista. Así, el scope utilizado por Aguilera se mueve al compás de la visión de Robinson. Hacia lo atávico. A rozar casi lo que está detrás de la naturaleza. El primer estado. El único destino ante un paraíso que ofrece, no sólo menos de lo que promete, sino que justo emerge como la peor de las extrañezas. Quizá el infierno.

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Casa Asia Film Week (12/06/2011)

La soledad y todo lo demás

Las quinielas que señalaban Buddha Mountain (Guan Yin Shan) de la directora china Li Yu como posible ganadora de la primera edición del CAFW han acertado, y la historia de tres jóvenes que conviven con una huraña cantante de ópera retirada ha resultado ser la favorita de entre las once que competían por el galardón. Probablemente, las interpretaciones de Fang Bingbing y Sylvia Chang, un impecable guión y una conmovedora historia algo han tenido que ver. La directora realiza con esta película un retrato de dos generaciones distintas analizando aquello que las une y las distancia al mismo tiempo. Las reflexiones que plantea sobre la soledad no se circunscriben tan sólo al ámbito de la sociedad china, sino que son algo completamente universal y extrapolable; Li Yu sabe que las historias pequeñas son las que en realidad conforman el mundo tal como lo conocemos y por ello parte de lo personal para llegar a lo universal. Una muestra de sensibilidad (pero no de sensiblería) que no hay que dejar escapar. Cuatro protagonistas que cobran vida de forma progresiva y que mediante pequeños gestos consiguen que olvidemos su condición de personajes. Cuatro seres definidos mediante cicatrices, ausencias y mucha soledad. Una historia que podría haber caído en el patetismo pero no lo hace en ningún momento; porque la fuerza poética de sus imágenes puede más y porque la entereza de los personajes les define como supervivientes aun a pesar de que la muerte esté ahí, recorriendo de modo silencioso todo el metraje.

Por otro lado, el director tailandés Banjong Pisanthanakun aparca por el momento el cine de terror y nos ofrece con Hello Stranger (Kuan meun ho) un divertimento que, si bien promete bastante en su primera media hora, al final acaba desembocando en el superpoblado género de la comedia romántica más convencional. Aunque los personajes no están exentos de inteligencia e ironía y se respira durante toda la película una sutil crítica al poder alienante de la televisión y a los estereotipos en la juventud tailandesa, al final pesan más los contras que los pros, y esos clichés que en un principio son atacados al final acaban siendo reproducidos en una historia de amor que empieza de manera interesante pero termina de un modo un tanto predecible.

Para terminar asistimos a una ceremonia de clausura en la que estuvieron presentes tanto los organizadores del festival como los miembros del jurado. Estos cuatro días de proyecciones en los cines Girona concluyeron con la película The Stool Pigeon (Sin yan), interesante muestra de cine negro hongkonés dirigida por Dante Lam. Un ritmo frenético, una buena trama y mucha acción; una obra menor pero muy cuidada tanto en el fondo como en la forma. Todos esos ingredientes que hacen que el público siga disfrutando del género policiaco aun a pesar de que cada vez cueste más que este nos sorprenda. Puede que The Stool Pigeon no cuente nada nuevo, pero eso sí: lo que cuenta lo cuenta muy bien.

En definitiva, una intensa semana en la que hemos podido ver películas chinas, japonesas o coreanas, una merecida retrospectiva a Ann Hui, un interesante análisis de la situación del cine asiático en España, una breve pero representativa muestra de los más diversos géneros. Todo eso y mucho más es lo que nos ha ofrecido el primer CAFW, digno heredero de ese BAFF que siempre permanecerá en la memoria de todos los aficionados al cine que llega de Oriente.

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Casa Asia Film Week (11/06/2011)

Día de actrices y nostalgia

Sábado festivalero en la sala 1 de los cines Girona. Inicio por todo lo alto, con una de esas películas que son un sueño como espectador pero una pesadilla como (aspirante a) crítico: te deja sin palabras. Se trata de Buddha Mountain (Guan yin shan, Li Yu), un título evocador de espiritualidad, ritmos calmados y otros estereotipos asociados a lo oriental que estallarán en la cara del espectador despistado. Fresca, inteligente, imprevisible y bella. Palabras que adjetivan la película y a esa joven protagonista que exige retener su nombre: Fang Bingbing.

La siguiente sesión fue para Bruce Lee My Brother (Manfred Wong y Raymond Yip). Poco más que ensalzar la figura de turno con la característica estética de sobremesa de domingo es lo que suele ofrecer un biopic. El film está en esa línea, aunque con una cuidada recreación de época supera lo televisivo. Integrando algunos de los gestos característicos de la filmografía del mito del kung-fu en sus travesuras de infancia y correrías de juventud se gana nuestra simpatía.

Confesión; Jose Montaño: Matsu Takako se convirtió en mi debilidad personal tras protagonizar Shigatsu Monogatari (Iwai Shunji, 1998). Pese a no prodigarse demasiado en cine, su magnetismo en pantalla es notorio y Confessions (Kokuhaku, Nakashima Tetsuya) su confirmación definitiva. De esta cinta, de su cautivadora estética, complejidad formal y enrevesada trama, tras su sonado paso por Sitges no queda mucho que añadir. Me llama la atención que ante cualquier película nipona de tono familiar los críticos recurran sin falta a Cuentos de Tokyo (Tôkyô monogatari, Ozu Yasuhiro, 1953). Ante Confessions, ninguno ha rememorado Rashômon (Kurosawa Akira, 1950). Curioso. Tan sólo el factor sorpresa de la menos conocida Buddha Mountain se me antoja como argumento para un vuelco en el palmarés del CAFW aún mayor que el vivido en las recientes elecciones municipales. Entre ambas películas está mi apuesta. La respuesta en escasas horas.

Y acabamos con Space Battleship Yamato, de un Yamazaki Takashi anclado en la nostalgia. Y es que, aunque en este caso parezca llevarnos al futuro, la máquina del tiempo de Yamazaki sigue apuntando a décadas pasadas y el público al que guiña el ojo empieza a peinar canas. La película se basa en el manga homónimo, un clásico del popular Matsumoto Leiji. Ya entrados en el mundo del cómic, me viene a la memoria el título de un tomo de los X-Men: Memorias de un futuro pasado. Tras alcanzar la popularidad con sus recreaciones del Japón de postguerra, Yamazaki entrega una vez más su pantalla a los efectos digitales para ahondar en la espectacularidad de las imágenes, que solventa con la eficacia que ha ido cultivando en su saga Always. El ligero aire de triunfalismo nacionalista que desprendían ambas películas (una tercera entrega está en camino), justamente lo que un genial Kitano se encargó de dinamitar con su parodia en un fragmento de Glory to the Filmmaker! (Kantoku • Banzai!, 2007), se torna casi en vendaval. El film da la vuelta de forma figurada a la Historia para mostrar un Japón no sólo vencedor sino salvador de la humanidad, papel que tantas veces se ha arrogado cierto país y que hemos admitido sin problemas en pantalla, aplaudiendo cada una de sus barras y estrellas. Esta película entreteje las aspiraciones de quienes comandaron el original Yamato -el mayor navío de la historia militar nipona- con las que el país del sol naciente adoptó tras la derrota y los ataques nucleares: la reconstrucción del país y la restitución de su imagen como nación pacífica. El film no pasa de entretenido blockbuster de manual, pero tiene al menos el interés de revelar algo de la psicología social de un país.

En síntesis, espectacular jornada de cine para diversos gustos que, sin renunciar a la calidad, serviría por sí sola para negar esa falacia de que el cine de los países orientales no tiene potencial para ser comercializable.

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Casa Asia Film Week (10/06/2011)

Sacudiendo la sociedad de tres maneras distintas

Empezamos otra jornada de proyecciones en los cines Girona con la única producción india de la sección oficial. Guzaarish es una adaptación a la manera de Bollywood de la historia que ya nos contó Alejandro Amenábar en Mar Adentro (2004). Partir del caso de un tetrapléjico que solicita la eutanasia después de pasar años inmovilizado y convertirlo en un musical puede parecer a priori una ocurrencia un tanto esperpéntica, pero el buen oficio de Sanjay Leela Bhansali consigue que, a pesar de los prejuicios y el desconcierto inicial de gran parte de los espectadores (entre los que me incluyo), la película se pueda disfrutar justamente como lo que es: un entretenimiento sin mayor afán de trascendencia, una explosión de color y magia, una historia entrañablemente naif que apela a la bondad del espectador y a la empatía fácil. Es cierto que no hay un gran desarrollo de los personajes ni un guión impecable; también es cierto que se recurre a varios lugares comunes con asiduidad, que la herencia del realismo mágico pesa demasiado y que no hay nada, a parte de la elección inicial del tema, que nos sorprenda en el desarrollo de esta película. Pero también podemos afirmar que es una película arriesgada, con sus defectos y sus virtudes, que a pesar de los excesos no cae en el ridículo, probablemente porque no está hecha para ser analizada con la mente sino para ser disfrutada con los sentidos.

Aftershock (Tangshan dadizhen) ha sido la superproducción más taquillera en China en el 2010. No andaba nada desencaminado Enrique Garcelán cuando al presentarla habló de su director Feng Xiaogang como si fuese el Spielberg chino. El filme no oculta en ningún momento su condición de blockbuster ni las influencias del cine mainstream norteamericano. Con una impecable factura visual y unos efectos especiales que desbordan los primeros veinte minutos dejando al espectador clavado en la butaca, Aftershock narra la historia de una familia que se descompone tras el devastador terremoto que asoló Tangshan en 1976. Más de dos horas de duración para una obra (muy) ambiciosa que pretende retratar el sufrimiento y el dolor de sus personajes e introducirse en las fisuras (visibles e invisibles) que produjo un seísmo de 7,8 en la escala de Richter hace 35 años. Hasta qué punto resulta legítimo valerse del sufrimiento y la desgracia ajenos para producir un espectacular entretenimiento para salas IMAX no es algo que me corresponda juzgar. De hecho, las películas de catástrofes han constituido uno de los géneros cinematográficos más rentables desde que esta fábrica de sueños existe como tal. Lo que más lamento de una producción como Aftershock es que, a pesar de las buenas intenciones y de querer centrarse más en los personajes y no tanto en lo espectacular de los dramáticos acontecimientos, los protagonistas caen en una sucesión constante de tópicos y clichés; y la trama, forzada en exceso, deviene inverosímil, pretendiendo una especie de triple salto mortal argumental que, por desgracia, no sale nada bien.

Para terminar nos acercamos a la retrospectiva que el festival le dedica a la directora hongkonesa Ann Hui. Con All About Love (Duk haan chau faan), Hui nos presenta una amable comedia que aborda temas como el lesbianismo o las cuestiones de género. Resulta revelador que en una filmografía tan prolífica como la china escaseen tanto este tipo de películas. Temas que el cine europeo o el estadounidense han abordado hasta la saciedad, en la cinematografía china no aparecen más que en contadas ocasiones, de forma tímida y velada o en géneros específicos de audiencia muy concreta. Es por ello que considero que una película como All About Love es mucho más valiente que otra como Los chicos están bien (The Kids Are All Right, Lisa Cholodenko, 2010). A pesar de que ambas aborden temas similares casi del mismo modo y se puedan encuadrar dentro del subgénero de comedia liberal con buenas intenciones. Porque una misma frase dicha en dos contextos distintos puede tener consecuencias muy diferentes.

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Casa Asia Film Week (09/06/2011)

Hong Kong luciendo músculo

Las tres pantallas de Cinemes Girona se han puesto ya a disposición del celuloide asiático para cuatro días que, sin duda, sabrán a poco pero que prometen emociones fuertes. El programa cuenta con algunos títulos de orientación comercial. Se podría achacar al sesgo que imprime la costumbre en sus responsables, como sabemos encargados también de la selección de un festival con tendencia a la satisfacción del fandom como es Sitges. De todos modos, que no se entienda esto como crítica, no me disgusta que se combine lo novedoso y autoral con productos atractivos a otro tipo de audiencias, tal vez no masivas pero sí con amplitud y entidad suficientes como para generar un público estable.

La sala principal ha calentado motores con una comedia romántica, género tan injustamente tratado a veces, más por los creadores empeñados en reiterar los tópicos de siempre que por los analistas que lo denuncian. En esta ocasión, el hongkonés Edward Mak no parece que vaya a revolucionar el género, pero sí ha tenido buen gusto suficiente para que su película Ex (Chin do) no suene a la melodía de siempre. Una original presentación en un aeropuerto, ese lugar tan ilocalizable como el inevitable Facebook que domina alguna otra secuencia, inicia lo que se intuye un juego de dobles parejas que enseguida se reduce al clásico triángulo, presagiado en una pared por el póster de Jules y Jim (Jules et Jim, François Truffaut, 1962). Sin embargo, cuando algunos flashbacks nos remiten a la adolescencia de los personajes, cambiando el póster por el de Elephant (Gus Van Sant, 2003), la cinta comienza a crecer en lados y ángulos de geometrías más complejas.

Nos plantamos así en la gala inaugural, en la que destacó la entrega del Premio Especial de Casa Asia a la hongkonesa Ann Hui por toda una carrera cinematográfica que ya alcanza los tres decenios. Entre los discursos institucionales de rigor destacó que Mary Chow, directora de la oficina comercial de Hong Kong en Europa, señalara como principal motivo del vigor de su cine la Constitución del enclave, que garantiza la libertad artística y de opinión de sus cineastas. Torpedo en toda regla a la situación en la República Popular China, aunque recordó que el mastodóntico país cuenta anualmente con hasta siete títulos procedentes de la ex colonia británica en el top ten de taquilla. Enrique Garcelán, liberado ya de los nervios previos -confesó sus fundados temores a que la cinta que se debía exhibir no llegara a tiempo, de hecho parece que fue cuestión de minutos- estuvo entrañable usando la jerga propia de su abandonada carrera médica para bendecir el recién nacido Festival.

Como colofón pudimos disfrutar con el atronador espectáculo de Reign of Assassins (Jianyu), realizada por Su Chao-Bin pero con la estimable colaboración de un clásico de la acción como John Woo y una no menos clásica Michelle Yeoh al frente del reparto, demostrando su buen estado de forma en este despliegue a su mayor gloria y lucimiento. El cine de artes marciales de Hong Kong no ha perdido nada de su vigor histórico, pero se libra a unas historias algo más elaboradas, lejos de las torpes excusas argumentales para las coreográficas luchas de antaño. Novedades pocas, salvo tal vez alguna aguda burla a ese concepto rancio de masculinidad que suele encumbrar el cine de acción. Reign of Assassins es un wu xia de manual: despliega el acostumbrado imaginario fantástico, un rizo argumental sobre otro, algunas pinceladas de humor no demasiado elaborado y el consabido romance. El género es lo que tiene, no necesita ofrecer más que lo que se espera de él para satisfacer a su público.

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Casa Asia Film Week (08/06/2011)

Del desierto a la jungla

El idilio de nuestra ciudad con el cine asiático tiene un nuevo síntoma con el curso de Postgrado en Cines Asiáticos que, en horario de mediodía, se ha presentado para abrir el Portal Asia de esta tercera y última jornada. La ciudad cuenta con hasta tres universidades que dedican un espacio privilegiado a los estudios culturales sobre el continente y la tradición respecto al cine asiático que venimos comentando. El profesor Manel Ollé hace tiempo que imparte este tema como asignatura en el área de Estudios de Asia Oriental, pero ahora pretende darle un impulso de calidad con esta propuesta.

En la tarde anterior, desde el sector de distribución, se dolían de la desaparición de un público y se preguntaban angustiados por la forma de recuperarlo. El propósito declarado del curso en cuestión es trascender las aulas universitarias y generar conocimiento a compartir entre los diversos agentes del sector cultural. Un núcleo de actividad entorno al cine asiático que, aliándose con los medios de comunicación, puede ser determinante en la recuperación de ese público perdido y la formación de los que están por venir. La sección cultural de un diario de amplia difusión detallaba en su edición de hoy el modelo de zapatos que compró para su mujer y los platos que cenó anoche Haruki Murakami. Sin embargo, ningún rotativo está cubriendo de momento el CAFW. La soledad de Contrapicado en la Sala Samarcanda ha sido hoy extrema. La compañera Marla y quien escribe fuimos los únicos espectadores en este acto. Si este es el estado de nuestro periodismo cultural, tal vez la dramática situación del sector no sea tan difícil de entender. No somos héroes, pero desde esta modesta tribuna debemos reivindicar nuestro papel y asumir la parte de responsabilidad que nos toca.

Afortunadamente -tampoco era muy difícil- la asistencia fue mayor por la tarde para atender a la narración que Luis Miñarro hizo de su trabajo en la producción de El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Loong Boonmee raleuk chat, Apichatpong Weerasethakul, 2010), última joya encumbrada en Cannes. Conocida y reconocida, la película aun guardaba algo por descubrir, además de la pronunciación del endiablado apellido de su director, al que todos acabamos tuteando por no caer en el ridículo. A parte de desvelar que la Colección multiplataforma Primitive (analizado por Aitor Ibáñez en el N35 de Contrapicado), proyecto artístico de Weerasethakul del que El tío Boonmee es sólo la última pieza, podría acabar en la colección permanente del CCCB, nos detalló algunas claves de la obtención de la Palma de Oro. Según Miñarro, fue decisiva la presencia de dos sensibilidades afines a la del artista tailandés en el jurado. La inquieta actitud artística de Víctor Erice y la inclinación por una forma diferente de encarar el género fantástico que ponderó Tim Burton fueron los contrapesos que decantaron la balanza a favor de esta producción. Una producción, por cierto, española. Este fue otro objeto de lamento ya que capitalizar los logros artísticos de autores extranjeros cuyas obras han sufragado, algo que los vecinos franceses hacen tan bien, parece una carencia irresoluble en el caso español.

En su alocución, Miñarro abogó con entusiasmo por la responsabilidad de un productor de detectar nuevos talentos y apostar fuerte para ofrecérselos al espectador, así tenga que desplegar sus recursos en la remota selva tailandesa. Lamentó el productor -continuamos señalando culpables- el pobre papel de las televisiones, cuya cobardía y/o desconocimiento impide que el televidente acceda a nuevos lenguajes expresivos. En ocasiones, algunos títulos son secuestrados (esa fue la expresión utilizada) por el canal que posee los derechos, aduciendo no encontrar una ubicación horaria adecuada para su emisión.

Llegados a este punto, Portal Asia desconecta el micrófono. A partir de mañana serán las películas las que hablen.

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Casa Asia Film Week (07/06/2011)

Tragedia en 3 actos

Un festival de cine tiene tanto de evento cultural como de escaparate promocional. Así, el segundo día en el CAFW abrió el telón, en un horario de tarde más agradecido que el de la jornada inaugural, con la presentación de los recientes y próximos lanzamientos en DVD de Cameo. Eso es lo que se anunciaba, aunque al final fue una charla en que Ramón Caro, al cargo de la distribuidora, desgranó los problemas del sector. Paradójicamente, uno de los temas que se comentó fue la deficiente planificación y promoción de lanzamientos, aunque el retroceso del público y las exigencias de cifras mínimas garantizadas por los agentes internacionales se apuntaron como principales escollos para la edición de cine asiático con que nutrir nuestras dvdetecas. El panorama presentado no pinta muy esperanzador.

No por casualidad, una de las estrellas del catalogo Cameo como Kinatay, del filipino Brillante Mendoza, protagonizó el siguiente acto. Una película señalada por el omnipotente dedo de Cannes, lo que generó trabajo extra para las butacas de la Sala Samarcanda. Mendoza es un viejo conocido para los asistentes al BAFF -¿lograremos acabar la semana sin volver a teclear esas cuatro letras?- en cuyas pantallas ya nos dio muestras de hacer honor a su onomástica con la laberíntica y angustiosa Serbis (2008). Circunscrita en aquel caso a un sórdido edificio, esta no tan nueva entrega (es de 2009) supone atravesar aquellas paredes y expandir el laberinto a toda la ciudad de Manila, más allá incluso de sus calles. No hay forma. En su deambular, Mendoza no logra atisbar un rayo de luz que presagie la esperanza de una salida. Ahora que el capital francés le va llegando, no en vano está actualmente rodando con la Binoche, cabe confiar en que se nos aburguese y nos dé un respiro en forma de comedia romántica.

Y el tercer acto de la función volvió a la mesa de debate para hablar del trabajo de Media3, con su sección "Winds of Asia", muy en consonancia con lo comentado en la mesa inicial. También estuvo representada la plataforma Filmin, que pone a disposición del usuario online el catálogo de diversas distribuidoras, entre ellas Cameo, Avalon y Versus con títulos procedentes de Asia. Ambos hablaron de la tan traída piratería, pero incidieron de nuevo en el desajuste entre el mercado español real y las exigencias de distribución internacional, apuntando esta vez a un origen causal en las cuitas entre plataformas digitales de finales de los 90. Aquel politiqueo audiovisual creó una burbuja de precios cuyo efecto pagamos hoy los aficionados con un drástico recorte en los títulos que se nos logra ofrecer. Una situación que, permitidme que por una frase me salga de la sala de cine, no difiere en lo esencial de un estado general de las cosas en que alegrías diversas (inmobiliarias, financieras...) nos han conducido a esta... prosperidad que actualmente disfrutamos. Una vía que se explora es la inevitable Internet, con umbrales de rentabilidad más asumibles al prescindir de soporte físico y distribución. Se apunta también a las tarifas planas que den opción de encontrar su público a filmes minoritarios y contribuyendo a que las empresas puedan asumir más riesgos en sus apuestas. Claro que todo esto pasaría por una adecuación en el plano legal, marco inexistente a día de hoy. Otro lamento fue para la pérdida de un público de cierto tipo de cine, antes minoritario pero fiel, que se ha ido desvaneciendo en los últimos años. La política de multiplex y bombardeo de estrenos sin criterio se intuye como origen de un fenómeno que ha dejado sin audiencia determinadas películas, la japonesa y oscarizada Despedidas (Okuribito, Yôjirô Takita, 2008) se mencionó como ejemplo, cuya forma y contenidos pudieran perfectamente ser asumibles por un público amplio y que acaban pasando totalmente inadvertidas por nuestras carteleras.

Como última escena un sorteo de DVDs de Cameo. No me tocó.

Telón.

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