La otra historia
Después de la experiencia desagradable que supuso X-Men orígenes: Lobezno (Gavin Hood, 2009) y tras el agotamiento evidente al que llegó la saga con la tercera entrega (X-Men. La decisión final, Brett Ratner, 2006), al pensar esta precuela no podemos evitar revalorizarla.
X-Men: Primera generación no será una película innovadora por sus recursos formales, sus efectos especiales o su propuesta argumental. Estamos ante un film diseñado para entretener, es cierto, pero en su condición de divertimento remueve cuestiones que resultan interesantes. Como la relación, delicada o desacomplejada, entre arte popular e historia en el contexto de la (vieja pero no creemos que superada) discusión entre alta y baja cultura. Ahí donde unos ven la historia como algo intocable a la que debemos acercarnos con fidelidad y respeto (ecos del travelling de Kapò incluidos) otros ven una fuente inagotable de ideas [1].
El comic ha tenido que vestirse de “novela gráfica” para pasar de lo bajo a lo alto. En la operación sin embargo no ha renunciado a su desparpajo al acercarse a los hechos históricos. Si en Enki Bilal, Art Spiegelman o Joe Sacco encontramos una reflexión con tono grave, con los superhéroes de la DC Comics y la Marvel la urgencia (¿comercial, patriótica?) de la acción parece diluir el peso de la historia, al menos en una rápida lectura [2]. No cuesta mucho imaginarse entonces la impresión que debieron llevarse los defensores a ultranza de la supuesta inviolabilidad de la historia ante la primera entrega de la saga.
Fiel al argumento del comic, Brian Singer nos mostraba a un Magneto infante que revelaba sus poderes cuando los nazis lo separan de su madre. ¡Horror, un hecho como el Holocausto, EL hecho, convertido en pasto del entretenimiento! X-Men: Primera generación arranca precisamente de aquí y nos cuenta la formación de los X-Men, sí, pero también la venganza del joven Magneto (gran Michael Fassbender). Y lo mejor de todo es precisamente que no se acompleja, como Singer en su momento, al usar la Guerra Fría como telón de fondo.
El temor de los cautos, que la historia pierda su peso, nos parece que aquí se cuestiona. Y es que si alguien se cree que la crisis de los misiles de Cuba la evitaron los X-Men el problema es suyo y no del comic, ni mucho menos del cine. La cuestión debería enfocarse más bien en el otro sentido para ver cómo, en los Estados Unidos, los superhéroes del cómic han dado peso a su propia historia. Es decir que no estaría de más preguntarse por el rol que han jugado, en el imaginario colectivo, Batman y Superman luchando contra Hitler e Hirohito en los 40, el Capitán América cazando comunistas en los 50 y, desde luego, el colofón temporal que representan los X-Men luchando contra los soviéticos en X-Men: Primera generación. No nos olvidemos de la fantástica ucronía de Watchmen (Zack Snyder, 2009).
Lucha de imágenes, la que nos gusta pensar se establece entre el mainstream y la crítica que Godard le hiciera a los Estados Unidos en su Elogio del amor (2001), el de ser un país sin nombre ni historia.
Así nos gusta ver esta energizante precuela, como un film que se apropia de la historia para darle nuevo impulso a la saga al tiempo que juega con la memoria histórica. Quizá por eso nos excita tanto la única secuencia rescatable del film dedicado a la figura de Lobezno, la otra historia (americana) contada a los niños (del mundo entero).
Notas:
- A propósito de la pertinencia (actual) del texto de Rivette véase “De la abyección - Siglo XXI” de Diego Salgado en la revista Détour (leer el texto). ↑
- Sobre la relación entre historia, cine y comic véase el interesantísimo artículo de Ivan Pintor, “La tarea de Moisés. La experiencia documental en el cine y la historieta” (leer el texto). ↑