El juego de Hollywood
¿A quién le importan los Óscar? Cada año la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas otorga unos premios que son sistemáticamente despreciados por el cinéfilo medio. Criticar el palmarés y pasar a descalificar a la Academia como un ente sin importancia histórica es una de esas costumbres arraigadas y contradictorias a las que se vuelve cada año. La paradoja está precisamente en la tradición: por mucho que uno considere que los premios no aciertan a definir con buenos ejemplos las tendencias del cine contemporáneo, siempre se acaba regresando. ¿Se trata entonces de la gala como tal? Tampoco. Excepto en contadas ocasiones, la ceremonia suele ser mayoritariamente tildada de larga, soporífera y previsible (el hecho de que en España comience a las 02:00 a.m. tampoco ayuda). Entonces, ¿por qué los medios de comunicación, redes sociales y conversaciones de cafetería de medio mundo comparten el mismo trending topic y lo hacen de una manera tan visceral durante días?
Los Óscar ofrecen, en el mismo marco y al mismo tiempo, juego y espectáculo. El Host (Billy Crystal, en esta ocasión) es el árbitro y el signo que marca el comienzo y la terminación de ambos. El espectador apuesta por un equipo ganador en su quiniela pero defiende con entusiasmo el dispositivo dramático (tenga posibilidades de vencer o no) que más se haya acercado a su propia concepción del cine. El partido es peculiar: se asiste a los goles pero no a las jugadas realizadas por los departamentos de marketing [1]. También, al igual que en un juego, el participante más fuerte y competente se contiene lo suficiente como para poder competir en plano de igualdad con el más débil. Todo ello sin perder nunca de vista un show inmenso que, por definición, siempre es meta.
Los Óscar son ese territorio a medio camino entre la realidad y la ficción donde los protagonistas pueden mostrarse sin máscaras porque la máscara es precisamente el elemento que les ha conseguido la entrada al recinto. Los Óscar son el paratexto más grande del mundo cinematográfico. Algo así como un contorno externo al propio cine que se encarga de introducir, presentar, comentar y condicionar la recepción del mismo. Tal y como asegura Gérard Genette, se trata de “una zona no sólo de transición sino también de transacción. Una zona indecisa entre el adentro y el afuera sin un límite riguroso ni hacia el interior (el texto) ni hacia el exterior (el discurso del mundo sobre el texto)” [2]. El hecho de que la mejor película de este año sea también la primera en la historia que lo hace hablando sobre el propio mundo del cine no hace sino acrecentar este carácter de la ceremonia de los Óscar como paratexto.
Tuve la oportunidad de ver The Artist en el último Festival de Cine de San Sebastián (aquí mi opinión al respecto) y ya desde entonces el filme de Michel Hazanavicius se intuía como uno de los aspirantes al máximo galardón de la temporada. The Artist es la primera película no anglosajona en llevarse el Óscar a mejor película, pero más allá de la lectura fácil que dice que los académicos han concedido este máximo honor prefiriendo escoger una película muda a una que hable un idioma extranjero, se da la más relevante situación de que The Artist es un filme francés que homenajea al 100% al cine americano. Es decir, que la cuna del cine ha tenido que arrodillarse ante el Imperio para poder disfrutar las mieles de su éxito.
Del mismo modo en que Jean Dujardin agradeció su Óscar al mejor actor, The Artist proclama un “Thank you, Oui! I love your country” por los cuatro costados pero no sólo eso: la película anuncia en cada plano que lo que realmente ama y agradece es “your country´s cinema”. El discurso de Dujardin continuaba: “It’s funny because in 1929 it wasn’t Billy Crystal, but Douglas Fairbanks who hosted the first Oscar ceremony. Tickets cost five dollars and it lasted 15 minutes. Times have changed but... Thank you Douglas Fairbanks.” Fairbanks fue el primer presidente de la Academia y una de las inspiraciones para construir el protagonista de The Artist, con lo que con este agradecimiento Dujardin no sólo proclama su amor por un país y por un cine, sino por la propia institución que concede los premios y su historia. Algo similar ocurría en el discurso del productor, Thomas Langmann: “I want to say thank you from the bottom of my heart. To you members of the Academy, not only because we received tonight the award that any filmmaker would ever dream to receive, but because you’re offering me the opportunity to pay tribute to a member of this Academy that I miss so much, the Oscar winner Claude Berri”. El triunfo de Langmann se convierte así en el encuentro con Berri, su padre. O lo que es lo mismo: en la sugerente afirmación de que el hijo puede por fin rendir el homenaje que su progenitor –ya muerto– merecía, está la confirmación de que ambos ya no están únicamente relacionados por el vínculo sanguíneo, sino que los dos pertenecen a una familia más amplia. La del cine.
Esta edición The Artist no ha sido la única celebración del medio que ha competido por los premios. Películas como La invención de Hugo (Hugo, Martin Scorsese), Medianoche en París (Woody Allen), My Week with Marilyn (Simon Curtis), Chico & Rita (Tono Errando, Javier Mariscal y Fernando Trueba), Rango (Gore Verbinski) o War Horse (Steven Spielberg) son narraciones nostálgicas que, en líneas generales, prefieren mirar expectantes al pasado a intentar adelantarse al futuro (los premios a Christopher Plummer o a Meryl Streep también pueden ser interpretados bajo esos términos). La Academia ha sido acusada de cobarde y acomodaticia (debido a ese refugio en el “cualquier tiempo pasado fue mejor”) y es en este sentido que los artículos de opinión siempre insisten en relacionar las candidatas con la actualidad informativa: si transcurre en Texas (No es país para viejos, Joel y Ethan Coen, 2007) se trata de un reflejo de la América de Bush y si transcurre en Irak (En tierra hostil, The Hurt Locker, Kathryn Bigelow, 2008) es una consecuencia de la era Obama. Si la que gana es británica y sobre la realeza (El discurso del Rey, Tom Hooper, 2010) la Academia es entonces más academicista y reaccionaria que nunca pero si es británica y transcurre en la India (Slumdog Millionaire, Danny Boyle, 2008) es una arenga a la globalización. Siguiendo esta lógica, este año se ha hablado mucho de los filmes seleccionados por la Academia como una revisión acorde con estos tiempos de crisis, pero lo cierto es que si algo ha sido siempre Hollywood, es ser consciente de su condición de válvula de escape [3]. Así, es evidente que la actualidad anual interfiere en las reglas del juego de cada partido, pero también que lo que más le gusta hacer a Hollywood es premiarse a sí misma y a su propia historia.
Los Óscar son ese ritual egocéntrico, ese juego y ese espectáculo al que uno siempre vuelve porque quiere encontrarse con unas estructuras tan encantadas de haberse conocido. Como manda la tradición, Billy Crystal se introduce en los filmes de la noche en un vídeo-montaje, sube al escenario con un “It´s a wonderful night at the Oscars, Oscar! Oscar! Who will win?” y hace una canción sobre todas las películas candidatas. A mitad de la gala interpreta uno de sus monólogos sobre qué están pensando realmente los nominados. Hay un par de running jokes sobre Sammy Davis Jr. y Jack Nicholson, un par de chistes sarcásticos sobre la propia actualidad cinematográfica, varias referencias a la magia del cine y un cliffhanger perpetuo sobre si es éste el año en que Meryl Streep por fin ganará su tercer Óscar.
Los Óscar son ese reality donde el espectador ve cómo ríen y lloran de verdad los que siempre ríen y lloran de mentira. Son una serie de televisión, mitad sitcom con platea / mitad drama familiar, donde cada uno de los 24 episodios dura lo que dura la entrega de un premio. Son un show donde los aplausos del espectador se fusionan con los aplausos de la estrella y un juego donde se produce un gran número de repeticiones. Son el perfecto acompañante del cine: uno que lo rodea y lo prolonga, que presenta pero que también da presencia. Los Óscar aseguran la existencia del cine, y por eso acaban importando a todo el mundo. Incluso a los que no les importa en absoluto.
Notas:
- Los premios previos, el paso por festivales, la publicidad “for your consideration”, etc. funcionan en esta ocasión como las herramientas con las que al creyente “se le da la sensación de ser un testigo poderoso de la totalidad de un mundo relevante, la sensación de que lo que llega a acontecer podría haber sido teóricamente adivinado merced a la disposición inicial de figuras y fuerzas, como en una adivinanza” (GOFFMAN, Erving: Frame analysis, los marcos de la experiencia, Madrid: CIS, 2006, p. 579). ↑
- GENETTE, Gérard: Umbrales, México: Siglo XXI editores, 2001, p. 10. ↑
- El propio Billy Crystal comenzaba su speech inaugural hablando del cine que acabaría siendo premiado en la ceremonia: “We are part of a great industry. Movies have been able to provide entertainment with we need a place to get away from it. Like the great speech James Earl Jones made in Field of Dreams. He said in that movie that baseball has always been there during good times and hard times and just as people turn to baseball, the movies have always been there for us. They're the place to go to laugh, to cry, to question… to text! So tonight enjoy yourself because nothing can take the sting out of the world's economic problems like watching millionaires present each other with golden statues!”. ↑