Atlántida Film Fest – Sección Atlas (I)

Sexo, apariencias y nudos gordianos

De entrada, títulos como Prince Avalanche (David Gordon Green), Les rencontres d’après minuit (Yann González) y El desconocido del lago (L’inconnu du lac, Alain Guiraudie) poco o nada tienen que ver entre sí. Sus géneros y propuestas estéticas sugieren vías divergentes de exploración cinematográfica. No obstante, se adivina una corriente transversal entre los tres títulos que, precisamente mediante los elementos comentados anteriormente (género, estética) los atraviesa, y que nos habla, sea desde la centralidad o la lateralidad, de la importancia del sexo entre los seres humanos.

La transversalidad genérica, e incluso su mutación y travestismo, son elementos comunes en estos filmes, aunque los objetivos no pueden ser más divergentes. El caso más evidente lo encontraremos en la oposición de posturas entre Prince Avalanche y El desconocido del lago. Mientras el film de Green apuesta por el disfraz de drama indie para ocultar la verdadera historia que se adivina bajo la superficie, Guiraudie deriva su obra hacia terrenos que pasan del costumbrismo homosexual al thriller. Pero ¿cuál es el motivo de todo ello? En el primer caso no se trata de timidez ni aprensión hacia la homosexualidad, sino más bien de tejer capas que permiten comprender de forma sutil que los motivos del desencuentro de sus protagonistas, sus desvaríos amorosos, sus problemas de socialización e incluso sus fantasías vienen motivados por un deseo oculto, siempre en segundo plano, del que pequeños retazos simbólicos (más o menos evidentes) nos permiten adivinar lo que está sucediendo. No deja de ser oportuno el uso del fuera de campo en las experiencias sentimentales, todas ellas fracasadas, de los protagonistas, como si no fueran más que una fuerza invisible que los arrastra hacia lo inevitable de su unión. Sí, podemos hablar de realismo mágico en Prince Avalanche, o incluso de dramedia indie, pero ante todo estamos ante una historia de amor, inconclusa, no revelada y llena de simbología que la convierte en apta para crecer en el imaginario del espectador a posteriori.

Precisamente El desconocido del lago juega al proceso inverso. Partiendo de lo explícito de las relaciones sexuales mostradas, Guiraudie crea un mundo que poco a poco tiene la necesidad forzosa de evolucionar a otros lugares. Sí, los malentendidos en las relaciones esporádicas pueden generar momentos de comedia o drama, pero el interés reside en avanzar más allá, profundizar en la opacidad de las motivaciones que se esconden tras el deseo carnal. Del mismo modo que la cámara traspasa el umbral del pudor y se adentra tras los arbustos para mostrar el sexo en toda su crudeza, la trama se desliza paulatinamente hacia los secretos detrás de la carne. Se opta pues por dotar al film de un tono paulatinamente más sombrío y sumergirnos en una historia que puede tener ecos que van desde Viernes 13 hasta el giallo italiano. En definitiva, hacer que el sexo no sea sino un trampolín, una plataforma de lanzamiento hacía un abismo de negrura, un disfraz de aparente (homo)sexploitation genérica destinado a sorprender con su deriva hacia los terrenos del slasher low-fi.

Quizás sea Les rencontres d'après minuit la menos transgresora en cuanto a transformaciones genéricas. Su liga es la de la evidencia, la de ponernos delante de un drama clásico fuertemente sexualizado, con diálogos que la situarían en un universo cercano a los cuentos morales de un Rohmer desbocado. Su apuesta se centra en una voluntad claramente esteticista vinculada en todo momento a sus objetivos argumentales, que no son otros que hablar de sexo y de cómo condiciona a personajes de diferente pelaje y circunstancia. El sexo como leit motiv, como principio y final de todo.

La estética, la imaginería que apostilla las intenciones del film de González, tiene mucho que ver con la voluntad de creación de un anacronismo estanco. Sí, los personajes se mueven en un ambiente cerrado, casi de escenario teatral fantasmagórico donde pueden entrar pero apenas pueden salir si no es a través de sus palabras. Una habitación donde la estética parece habitar en unos años ochenta perpetuos que se estilizan a través de los puntos de fuga narrativos de los personajes. Es por ello que no estamos ante una reproducción exacta del periodo sino ante un “inspirado en”, ante un look filtrado más por lo que se supone debería ser que por lo que en realidad es. Un artificio, cierto, pero que permite metaforizar el encierro vital de sus personajes y contraponerlo a sus ansias de libertad (sexual).

Paralelamente El desconocido del lago también se apunta a jugar a la atemporalidad con filtro. Coches de todas las épocas y nulas referencias temporales conforman un universo del cuándo que sólo se matiza a través de apuntes como los bañadores, o el bigote de su protagonista, tendiendo hacia un look ochentero más referencial por lo arquetípico que con vocación de contextualización temporal exacta. Esta estética, este lugar, la desnudez constante, el espacio abierto del lago son el reflejo exacto de la mutación genérica mentada anteriormente. Son simples señuelos, puntos de partida que parecen indicarnos la dirección hacia donde va el film pero que acaban por constituirse como callejones sin salida, desvíos hacia el progresivo encarcelamiento que el lago supone.

Prince Avalanche es la única propuesta cronológicamente precisa, tanto a nivel estético como referencial y contextual. Su marco temporal, finales de los ochenta, también se vincula con sus peculiaridades genérico-argumentales, ya que, no en vano, se sitúa en un momento de transición estética y de apertura en torno a ciertos aspectos como la homosexualidad. Al igual que la relación de sus protagonistas, dejando atrás la tierra quemada por un incendio y repintando una carretera, la estética del film va cambiando. De unos paisajes tortuosos y una preponderancia de escenas nocturnas se pasa a una mayor presencia de espacios y luminosidades abiertas, a unos entornos más diáfanos que funcionan como reflejo de la evolución anímico-sentimental de sus personajes. En este caso pues la metaforización a través de la estética no funciona como diversión sino de forma clarificadora.

Sí, estamos ante una tríada de filmes cuyos vínculos son aparentemente inexistentes, pero que, como hemos visto, comparten lazos y sobre todo vocaciones. Por lo retro, por el disfraz y por, de alguna manera, romper con el sexo como temática de provocación, de sensacionalismo o de recurso de “venta”. A su manera, la reivindicación sexual en estos filmes se plasma en la naturalidad, el realismo e incluso el disimulo. Porque esto no tiene nada que ver con el erothriller noventero o el timoratismo “hide in the closet”, más bien es la asunción de que el sexo en todas sus formas (incluida la autorrepresión) es parte de la realidad y como tal debe ser mostrado sin pudor. Tarea ésta que este curioso grupo de películas cumple de manera brillante.

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