La leyenda de la puta y el infiel
Un MacGuffin con mucha clase. Así inicia Christophe Honoré Les bien-aimés, con el robo de unos bonitos zapatos que convierten a la ladrona y también protagonista del film, Madeleine, sin comerlo ni beberlo, en prostituta. Su azaroso devenir y su improvisada concepción del amor hacen que su primer cliente, un médico checoslovaco, se convierta en su primer marido y padre de su hija. Estamos en París, en 1964, el mismo año en que Jacques Demy rodó Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1964), y como en aquella, Les bien-aimés es también un musical y, como en aquella, la situación política hace que los dos amantes se separen. Honoré revisita con numerosos guiños (incluso hay un plano dedicado exclusivamente a un paraguas) el clásico de Demy para regalarnos una tragicomedia musicada con un humor elegante y sutil, y una banda sonora entre nostálgica y magnética, compuesta por Alex Beaupain. No es este el único mérito de la cinta: la película está contada a partir del paso del tiempo y del conflicto generacional. Así, Catherine Deneuve y Chiara Mastroianni, madre e hija en la vida real, interpretan a Madeleine y Vera, madre e hija en este film. Si Madeleine encuentra el amor de casualidad, Vera se convierte en el ángulo complementario de su progenitora, una chica que busca el amor verdadero sin tener suerte. En la segunda parte del film se abandona el tono amable y se torna melodrama crudo, aunque esto no evita abandonar las dosis de humor irónico. Al inicio del film, es la voz de Vera la que nos relata en pasado la historia de cómo su madre se convirtió en puta y se enamoró de su padre, un hombre infiel. Y es la voz de Madeleine la que nos relata el final de su hija. Unos bonitos zapatos reposan sobre la acera...
Esto no es un prostíbulo
Que quede claro: L'Apollonide no es un prostíbulo sino una “casa de tolerancia” a la que va a parar Pauline. Estamos en noviembre de 1899, en el paso del Siglo XIX al XX, y los burgueses acuden a este burdel de Francia para perder a la vez su dinero y su vergüenza. Como sus otras compañeras, Pauline busca ganar el dinero suficiente para poder saldar sus deudas o enamorar a un ricachón que la obsequie con la libertad. Bertrand Bonello compone un film hermético, en ocasiones algo claustrofóbico, en el que la rutina diaria de preparación para ejercer de las jóvenes prostitutas y sus chismorreos y miserias se convierten en la única voz de este cuento de cenicientas trasnochadas atrapadas entre las cuatro paredes de su único medio para intentar conquistar la libertad. Tan sólo en un momento puntual, Bonello da un pequeño respiro en forma de secuencia de exteriores, con un decorado campestre que recuerda la pintura impresionista francesa de la época. Pero todo parece haber sido un sueño. Enseguida volvemos a encerrarnos otra vez en l'Apollonide y a contemplar el lirismo de lo atroz. Y entonces nos sobreviene una impresión: hemos sido voyeurs de lo pornográfico y no nos habíamos percatado, porque Bonello nos lo había disimulado con una fina capa de seda. La experiencia estética del film es notable y algunos recursos estilísticos como la pantalla partida en cuatro aún la potencian más. La armonía que consigue L'Apollonide, entre lo salvaje y lo sublime, lo escatológico y lo poético, permite que se pueda recitar un pasaje del “Estudio antropométrico sobre putas y ladrones” para minutos más tarde golpearnos con una dura y explícita imagen de sadismo. La película cierra con un golpe bajo: las últimas imágenes tienen lugar en la actualidad, donde la textura cruda del formato digital nos muestra el estado actual de la prostitución en exteriores. Nada parece haber cambiado en cien años.
Al mar
En Brasil, Violeta, una mujer de clase media-alta con un hijo, es abandonada por el marido, que parece haberse escapado en un viaje por mar. La mujer sale en su búsqueda pero se da cuenta tarde que le va a ser imposible encontrarlo. Su deambulación acabará también en el mar, donde conocerá a un padre separado y a su hija. O abismo prateado (Karim Aïnouz) es una película insulsa, que antes de la mitad del metraje parece quedarse hipnotizada por el movimiento de las olas y de su sonido mántrico. Torpemente remarcada en su final por una canción brasileña que recita “los hombres que la han dejado...”, llegan los créditos finales, sintomáticamente idénticos a los del principio: destellos sobre fondo azul, el abismo plateado que fagocita la historia.