Existe una corriente semiótica en el actual cine norteamericano. Las últimas películas de Todd Haynes y Todd Solondz juegan a intercambiar actores para representar a un mismo personaje. I’m Still Here ahondaba, por su parte, en el constructo de estrella mismo llevado a la vida real, de forma que el individuo Joaquín Phoenix se derrumbaba en el vacío más absoluto.
La cinta de Affleck comenzaba con una filmación casera de todos los hermanos Phoenix realizando una actuación musical. Pensar en los hermanos Glass de Salinger resulta inevitable. El final de I’m Still Here terminaba con la sumersión de Joaquín Phoenix en ese mismo río del comienzo donde, en otra grabación doméstica, se le veía titubear antes de saltar en presencia de su progenitor. En realidad, en I’m Still Here había un personaje in absentia –al igual que Seymour, el hermano mayor de la familia Glass– que manejaba los hilos desde la oscuridad; los hombres sobrecargados de Joaquín Phoenix llevaban consigo un fantasma que terminaba por ser depositado en su lugar originario, en el río junto a su padre.
La exposición audiovisual Shadow sigue un orden inverso al de I’m Still Here. No busca deconstruir el signo estrella, sino rearmarlo, a partir del constructo público River Phoenix. Para Slater Bradley, figuras como Michael Jackson o Kurt Cobain se conciben como proyecciones ideales de un yo personal. Coincide de lleno con la teoría de Edgar Morin acerca de las estrellas, sustitutos de los dioses clásicos que catalizan y, a la vez, organizan el pensamiento y sentir de cada generación. Phoenix, al igual que James Dean, murió joven a causa de las drogas, pero también portaba consigo una ideología ecologista, un sueño optimista de futuro, de cambio.
Un vídeo comienza con una figura que se aproxima a cámara en medio del desierto; se para y, en plano medio, apenas percibimos los rasgos de un rostro oculto que mira a las estrellas. Ha tenido lugar la aparición de un fantasma hecho carne. El cuerpo de Ben Brock es doppelgänger del autor pero también médium a través del cual se pretende resucitar a un muerto. La star cinematográfica (como aquellas observadas en el firmamento) se compone, según Morin, de la suma de actor “natural” (personaje), actor “tipo” (registro) y no actor (cuerpo). De los tres, Bradley no posee acceso únicamente al tercer componente. La exhumación de un cadáver etéreo sólo puede realizarse a través de un doble intercalado entre creador e ideal. De ahí que en un momento dado la figura de Brock se doble en dos, un par de sosias que se acompañan en un vasto infinito. La trama del último rodaje de Phoenix, Dark Blood, se desarrollaba en una verosímil apocalipsis de carácter climático. En esos mismos decorados, el fotógrafo de aquel filme inacabado, Ed Lachman, intenta capturar a través de una sombra la leyenda. El culmen especular se alcanza cuando vemos al verdadero Phoenix retratado en una fotografía de rodaje junto a Lachman mirado por su doble, la meta que se pretende alcanzar reducido a papel, y a ceniza como las fotografías quemadas en la hoguera por Brock/Phoenix de indios desaparecidos de sus tierras. Pero existe otro personaje en esta historia, una niña que bien podría ser otra prolongación del creador, que mira con ojos ingenuos y esperanzadores la llegada del extraño a un terreno baldío y devastado. Este último desaparece en la oscuridad como el cowboy en el horizonte y la niña recibe como regalo un arma cargada de futuro, una caja de música.