Frontera de la frontera
La mujer conserva la centralidad en la siguiente película a la que, acreditación mediante, nos acercamos en Venecia: Sinapupunan (Thy Womb), de Brillante Mendoza, fuera de Orizzonti, en la sección oficial, pero sólo porque el prestigio de su director apunta instintivamente a la cacería del León de Oro.
La situación de la mujer en la sociedad es uno de los principales temas en los que occidente suele ubicar sus conversaciones con esos territorios lejanos y raros que la globalización no acaba de acercarnos del todo. Thy Womb sucede en Mindanao, la isla más meridional de las Filipinas, y más concretamente en Tawi Tawi, su provincia más remota. Desde luego, la peli de Mendoza nos impulsa a Google Maps y Wikipedia, donde descubrimos que el director ha pasado de puntillas sobre algunos de los temas aparentemente más candentes de la zona que se retrata. Vamos un poco a ciegas. Mindanao, poblada mayoritariamente por musulmanes, parece embarcada en una suerte de cruzada independentista complicada por micro-asuntos étnico religiosos. Ergo, muerte. Pero Brillante (que en rueda de prensa admite que la realidad de su localización les resulta ajena a los propios filipinos) ha optado por hablar de la vida. Una pareja de pescadores humildes que habita el paisaje paradisiaco no puede tener hijos. Ella es estéril, pero su fe en el islam les permite aprovecharse de la poligamia y buscar otra esposa para que el hombre tenga descendencia, actividad a la que la protagonista se entrega sin reservas, obsesionada por la felicidad de un marido que también la quiere.
Entrando en ella por lo cinematográfico, podemos añadir que el pequeño conflicto de registros (ficción y documental) en que se pierden un poco los actores al principio, más tarde confluye en harmonía. Poco a poco la ternura de los personajes se apodera del film. La belleza de las imágenes, un poco “barakiana” (Baraka, Ron Fricke, 1992) a ratos, va cobrando más y más sentido y los últimos 20 minutos de Thy Womb son un pequeño milagro. El brillo de la luna en los ojos de la protagonista, Nora Aunor, delicadamente maravillosos en el mejor plano de la película (un plano que apela a otros similares dentro de la misma, y que siempre subrayan el carácter virginal del personaje) permanecía en su mirada, detrás de los micrófonos, en una sala de prensa abarrotada. La actitud de Mendoza (que parece el malo del El puente sobre el río Kwai [David Lean, 1957]) es seria, poco altiva. Tal vez a través de su cine simpaticemos, o seamos capaces de establecer una cierta empatía en la distancia, con esas fronteras, márgenes y vertederos del progreso occidental. Si ese proceso no se consuma a través del rigor en observar y distinguir las problemáticas de nuestras antiguas colonias, sea por lo menos a través de la emoción. El director aboga por esa predominancia de la hondura de las historia por encima de otros criterios. Le da igual hacer películas oscuras o luminosas. Bajo el sol de esos destartalados atolones ha sabido encontrar sus emociones, que tardan en brotar hora y media y florecen en 20 minutos. Los desastres estructurales que los procesos de colonización regalaron a países como Filipinas no son el asunto primero de Thy Womb, pero por lo menos pone en el mapa un territorio y una problemática bajo la luz del respeto y la comprensión por lo ajeno. Y luego está, claro, el asunto de la mujer. De esa mujer entregada y sacrificada al marido.
En la rueda de prensa, ante las preguntas insistentes, la traductora repite las palabras del guionista: “SÍ, forma parte de la cultura musulmana el que el hombre tenga más de una mujer”. Y ante preguntas cada vez más tendenciosas al respeto, la respuesta se repite como un mantra: “SÍ, pero forma parte de la cultura musulmana el que el hombre tenga más de una mujer”. Un poco a martillazos: Eso es todo lo que tenéis que saber: “SÍ, forma parte de su cultura”. Saltan chispitas silenciosas entre el piloto automático feminista y las palabras de un hombre que ha investigado una cultura para escribir un guión. Pero en la sala de prensa, un espacio esterilizado, el choque de mundos será suavizado sin duda por el irritante guante de seda de la prensa, que no puede comprimir en sus crónicas de iPad los infinitos matices de este pequeño trasvase de realidades culturales.