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En el cine, como probablemente ocurra en todas las artes, las modas e influencias se gestan en idas y venidas, olvidos y recuperaciones, entierros bajo los años y profanaciones reveladoras. El que fue un referente veinte años atrás es ahora una sombra del pasado, un nombre en los libros; y aquel a quien hoy miramos se esfumará, en breve, para regresar algún día. Mal vamos si no es así, pues el que no va y viene, el que siempre está ahí como un tótem indiscutible, corre el riesgo de fosilizarse y quedarse como aquel que permanece, no como aquel que se mueve junto a los tiempos, a los vaivenes de la historia. El caso de Pasolini es singular, pues quien fue un referente en los 60 y 70, un nombre en boca de todos, ahora regresa con fuerza inusitada. No es que la gente se hubiera olvidado de él, no es que ya nadie viera sus películas (en la modernidad hay entierros mucho más flagrantes). De hecho, tal vez su retorno, auspiciado por una exposición en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y una retrospectiva completa (más que completa, con documentales y filmes en los que trabajó como guionista) en la Filmoteca de Catalunya, no sea más que una de las muchas resurrecciones que las exposiciones, o los festivales, o las revistas, llevan a cabo con cierta regularidad. Es el caso, por ejemplo, de la retrospectiva clásica del Festival de Donosti, en los últimos años espacio de Don Siegel, Jacques Demy o Georges Franju, y dedicada este año a Nagisa Oshima, o de los recientes estudios que publicaciones amigas han dedicado a Allan Dwan (Lumière) o Richard Linklater (Transit).

Sin embargo, el caso de Pasolini es singular, tal vez porque fue mucho más que un director de cine, trabajando en poesía, pintura, novela, teatro y, sobre todo, convirtiéndose en una figura pública de primer orden, referente del pensamiento italiano, a contracorriente, siempre a contracorriente. En uno de los vídeos promocionales del CCCB, Jordi Balló, uno de los comisarios de la exposición, señala que, paradójicamente, de la obra de Pasolini no sólo están de actualidad las películas, sino también los artículos periodísticos, precisamente aquello que, a primera vista, parecería más fungible, más datado. Sus tesis sobre la sociedad de consumo y el Tercer Mundo adquieren una inmediata actualidad en nuestro entorno: las limitaciones de la noción de progreso (el que nos creímos), así como los cambios en nuestra relación con el Tercer Mundo, por un lado más presente que nunca en nuestras calles, por el otro saliendo (aparentemente) de su pobreza y emergiendo hacia la centralidad económica mundial, hacen que películas como Accattone, El Evangelio según San Mateo, Medea o Salò regresen con fuerza. Y se agolpan las preguntas. ¿Qué ha ocurrido ahora con todos aquellos cuerpos, con todos aquellos rostros? ¿Desaparecieron, como vaticinaba el poeta? ¿O son todavía un resquicio de esperanza, una nueva alternativa a unos caminos que, los hechos lo prueban, no han dado los mejores resultados? ¿Podemos confiar de nuevo en esa barbarie feliz?

Creemos que Pasolini Roma, la exposición en el CCCB, es un acontecimiento bueno para nuestro cine y nuestras ciudades. Esperamos aprender de él, y para ello proponemos, como encabezamiento de este número, una entrevista con Jordi Balló y un ensayo que, como un periplo personal, recorre los lugares pisados por los resistentes pies de aquel poeta mal enterrado. A ello se suman un artículo sobre La noche y la ciudad, de Jules Dassin, y tres textos sobre el cine español reciente: una entrevista con Isaki Lacuesta, que aborda algunas de las claves de su filmografía, un artículo sobre el cine de Jaime Rosales y su último (y curioso) filme, Sueño y silencio, y una conversación con Eloy Enciso a raíz de Arraianos, Premio de la Crítica al Nuevo Talento en el Festival d’Autor de Barcelona. Esperamos que disfrutéis con este número veraniego.