El último truco de Christopher Nolan [1]
El estreno de El caballero oscuro: La leyenda renace (The Dark Knight Rises, Christopher Nolan, 2012), que es el último capítulo de su trilogía dedicada a Batman [2], vuelve a poner de manifiesto la enorme capacidad de este londinense para generar potentes productos comerciales alejados de la ramplonería habitual en la mayor parte de los blockbusters hollywoodienses. Nolan se aproxima a la comercialidad del cine de masas tratando a las audiencias como seres adultos, inteligentes, incluso activos en la trama (obliga a ir descifrando en tiempo real sus laberínticas historias), y no como borregos adocenados que sólo quieren más de lo mismo. Reveladora, en este sentido, resulta la coincidencia en cartelera estos días de esta película con la tontería de The Amazing Spider-Man (Marc Webb, 2012). En las películas de Nolan sobre Batman, tanto la puesta en escena como la capacidad argumental que despliega no son las de un actioner cualquiera, sino las de una tragedia griega, por eso no ha de extrañar que sus actores ofrezcan recitales tan extraordinarios como los de Michael Caine, Heath Ledger o Gary Oldman. No hay muchos directores hoy en día que hagan esto, si es que hay alguno aparte de Nolan.
Sin llegar a la complejidad demencial de Origen (Inception, 2010), El caballero oscuro: La leyenda renace incluye, como es habitual en sus películas, diversos niveles de interpretación que la hacen fascinante. Particularmente merece una especial atención toda la crítica al Sistema que subyace demoledoramente en la trama: Gotham es una ciudad que se pudre desde sus cimientos (literalmente) por la avaricia, la gula y la soberbia de sus habitantes, a los que Bane, el villano escogido para la ocasión, decide castigar un poco a la manera de John Doe en Seven (David Fincher, 1995), impartiendo una lección moral mientras se los pretende cepillar a todos con una bomba nuclear. No es nada gratuita, en este sentido, la inserción de escenas como el ataque de Bane a la Bolsa de Gotham (en una nada disimulada referencia a la crisis económica actual, y no es la única), ni tampoco la mención de un sistema policial corrupto que encierra a criminales privándolos de sus derechos (Guantánamo de nuevo en el horizonte).
La historia del multimillonario Bruce Wayne, convertido por las noches en Batman, ya nos la habían contado antes. Nolan le añade espectacularidad, y eso supongo que es lo que las audiencias agradecen tanto. Pero como el gran prestidigitador que es, la conclusión de esta poderosa trilogía nos ha revelado finalmente el truco de Nolan. No se trataba de Batman, se trataba de Bruce Wayne, se trataba de un hombre que, para escapar de la rabia del pasado (el asesinato de sus padres), decide emprender una huida hacia delante (convertirse en Batman) que sólo le llena de más ira, lo que lo convierte en otro pecador más, igual que el resto de habitantes de Gotham. Y aquí viene la importancia del personaje de Bane: al encerrarlo en un pozo con otros prisioneros que intentan escapar (sin conseguirlo nunca) amarrados a una cuerda trepando por sus paredes, fuerza el cambio vital necesario para que Wayne abandone su soberbia: el secreto para escalar el pozo es hacerlo sin la seguridad de la cuerda [3]. Una vez operado el cambio, en los compases finales de la película es cuando Nolan revela realmente su truco. Es en esa maravillosa escena justo al final donde todo el truco de magia queda expuesto, cuando Alfred, el mayordomo de Wayne, levanta la vista en su terraza favorita de Florencia para descubrir, aliviado, que el deseo que le confesó a su amo a mitad de película se ha hecho realidad. Nolan, el mago, nos ha tenido engañados todo el tiempo, las tres películas. Lo que hemos visto no es a un superhéroe liberando a Gotham de unos villanos, sino a una persona normal liberándose de su rabia, luchando contra ella y contra toda la oscuridad que conlleva.
No sé si El caballero oscuro: La leyenda renace es una obra maestra. Pero desde luego se le parece mucho.
Notas:
- Cuidado, porque este análisis contiene información que algunos podrían considerar como spoilers. ↑
- No es complicado rastrear en Internet declaraciones de Nolan e incluso de Christian Bale donde queda bien explícito que esta es la última película de Batman con ellos… aunque Warner ha anunciado ya que habrá un reboot al margen de los responsables de esta trilogía del que aún no se sabe quiénes serán sus responsables (ver noticia). Sea cual sea la dirección que tome este reboot, francamente no se me ocurre ningún director capaz de igualar lo que Nolan ha conseguido con sus tres películas sobre Batman. ↑
- Una explícita referencia a los privilegios sociales de Wayne con la que Nolan expresa cierta antipatía por el personaje, convertido en superhéroe gracias a sus poderosos recursos económicos que son, precisamente, los que le proporcionan la posibilidad de ser tan especial y un importante colchón de seguridad. ↑
Sarris/Kael y el no-te-lo-tomes-tan-en-serio
Tras la muerte de Andrew Sarris, el pasado 20 de Junio, han aparecido en la blogosfera textos muy recomendables sobre el papel del crítico de Brooklyn, responsable -y posterior mártir- de la versión yankee de la politique des auteurs a principios de los 60. Discutir el legado o la personalidad de Sarris desborda la intención de esta breve reseña (y de los links que incluimos en ella), pero los comentarios sobre la célebre rivalidad entre Sarris y Pauline Kael, dos de -o los dos- grandes nombres de la crítica cinematográfica norteamericana de los sesenta y los setenta, when movies mattered, son una buena oportunidad para polemizar sobre el análisis y la crítica, la historia y el periodismo, esos dos polos-esquizo de nuestra cinefilia. Dos entradas de blog resumen con especial intensidad esas fricciones cinéfilas:
D. Bordwell: "Octave’s hop: Andrew Sarris"
J. Emerson: "Andrew Sarris, auteurism, and his take on his own legacy"
[Circula también por YouTube una especie de Celebrity Deathmatch robótico y sin ritmo que enfrenta a Sarris y Kael debatiendo en un plató virtual, y perpetua muchos de los estereotipos más extendidos sobre la –falsa- auteur theory, a golpe de cliché]
Ya, claro... y, concretamente, ¿en qué películas estás pensando?
Hay una técnica milenaria de comentario cinematográfico que late en el corazón de ese debate entre Sarristes y Paulettes: el no-te-lo-tomes-tan-en-serio. Reducida a tópico, la polémica entre Sarris y Kael, entre Film Comment y The New Yorker, opone un tipo de escritura sobre cine que no tiene ningún problema en “dar importancia” a su objeto de estudio, profundizando en el trabajo de un autor como forma de aproximarse íntimamente al cine (no sólo a su cine sino al cine en general, como lenguaje), frente a otra que rehúye análisis tan “profundos” -con toda la ironía- y prefiere, legítimamente, cobijarse en impresiones más laterales y menos contrastadas. Según recuerda Bordwell, Sarris se erigió en firme defensor de la primera, a medio camino entre la crítica y la academia, abogando por ver las películas más de una vez, mientras que a Kael le parecía más adecuado escribir tras verlas una sola vez (como sus lectores), del lado del crítico impresionista. Ambas tendencias son del todo admisibles y no quedan tan lejos como parece: el punch de los dos personajes está fuera de duda. Pero su oposición, aunque falsa, arroja luz sobre ese no-te-lo-tomes-tan-en-serio que vemos reflejado en algunos debates cinéfilos hoy. En otras palabras, mientras la primera postura se sostiene en elementos relativamente cuantificables (las horas de trabajo y visionado, la rigurosidad del análisis), la segunda confía únicamente en la experiencia y -sobre todo- en el talento del crítico... y, por mucho que Twitter parezca sugerir lo contrario, la crítica no puede sostenerse únicamente en lo ingenioso, ni todo el mundo puede ser Gilles Deleuze.
Mientras la primera tendencia arrastra el sambenito de “lo académico” (que también le colgaron a Sarris), la segunda queda siempre muy cool y antisistema, escribiendo como quien no quiere la cosa, con demasiado “estilo” como para tomarse las cosas en serio. Así, el no-te-lo-tomes-tan-en-serio tiene un mecanismo de defensa de manual: tildar de sesudo y pedante todo lo que suene a análisis, cualquier crítica, texto o comentario que trate de ir a fondo deteniéndose en el detalle y la comparación (de películas, cineastas, estéticas), en lugar de recrearse en los poderes de la superficie (modas, descubrimientos, tendencias). De ese modo, hacer pasar la rigurosidad por academicismo y la concreción por tedio es el recurso favorito de esa tribu anti-análisis que habla de cine sin entregarse nunca, como si “dedicar horas”, “ver las películas varias veces” o “pensar mucho un plano” fuesen pecados pueriles e imperdonables, cosa de pringados y/o ratas de biblioteca. Cuando si algo permite el software digital hoy es justo eso, volver una y otra vez a las imágenes... remontándolas. El no-te-lo-tomes-tan-en-serio contribuye además a popularizar esa noción penosamente extendida del lector-como-idiota, que atonta el gusto del público con paternalismos (demasiado denso para el espectador medio) y subestima el poder de la curiosidad cinéfila (cuidado con citar películas o directores que no estén en el candelero).
Thank God, no toda la crítica à la New Yorker tiene por qué caer en las redes del no-te-lo-tomes-tan-en-serio, y ahí quedan las intuiciones sublimes de Pauline incluso cuando metía caña a según qué películas (entre ellas una definición bellísima del cine de Jim Jarmusch: comic-strip Beckett). Pero mientras el método Sarris fuerza al escritor a vérselas con el peso de la historia, disfrazada de nombre propio, el método Kael -o la perversión gafapasta del método Kael- se contenta con ser supuestamente brillante a toda costa (ese gran tema), y menospreciar a quien todavía crea en los cánones, los autores que nos llevaríamos a una isla desierta y, por supuesto, los panteones cinéfilos. Contra ese no-te-lo-tomes-tan-en-serio ya escribieron Dickens y Balzac, pero, ¿cómo detectarlo y desenmascararlo en estos tiempos de instantaneidad y diletantismo made in redes sociales? Ni idea, pero siempre nos quedará ese momento delicioso en el que algún nuevo gran genio de la crítica emergente raja de un cineasta, sin conocimiento de causa y sin haber visto en realidad más que una o dos de sus películas (se nota, a la legua), cobijándose en alguna boutade presuntamente brillante... y algún Sarrista encubierto lo detecta y le pregunta sonriendo, slow burn:
- Ya, claro... y, concretamente, ¿en qué películas estás pensando?
Quien entienda que el mejor modo de responder a esa pregunta es apasionarse hablando de unas y otras películas, discutiéndolas, detallando y tomándose el cine “en serio”, como un cauce propio (siempre con humor), disfrutará sin duda la reciente publicación de textos de Sarris y otros críticos de Film Comment -hasta ahora inéditos en castellano-, en una cuidada edición de Manu Yáñez: La mirada americana. 50 años de Film Comment (T&B Editores).