Canto a la infancia
Hace ya mucho tiempo que el cine de animación consiguió romper con la etiqueta de “cine infantil”. La animación para adultos dejó de ser algo marginal o anecdótico para convertirse en un género potente, con autores consolidados y títulos muy reconocidos. Resulta curioso observar como esta asimilación del cine de animación como algo no necesariamente infantil ha producido un efecto en el cine animado para niños: es bastante habitual —especialmente en la última década— encontrar en las promociones y críticas del taquillazo animado del momento algún tipo de referente a la «madurez» de la película. Hay que introducir aristas, tramas o chascarrillos que entretengan al joven adulto —o directamente adulto— que ha ido a la sala, como si esto fuera una suerte de justificación, como si dirigirse exclusivamente al niño no diera prestigio cinematográfico. También es cierto que esta reconversión del «cine para niños» en «cine para adolescentes» parece traer buenos resultados económicos que, al final, es de lo que se trata.
Sin embargo, este desplazamiento generacional tiene excepciones. Películas animadas dirigidas a los niños que no necesitan rendir pleitesía a un público más maduro y que tampoco pecan de hablarle a sus espectadores como si fueran bebés que aún no comprenden exactamente qué es todo eso que les rodea. En ese equilibrio se encuentra La famosa invasión de los osos en Sicilia, una película de Lorenzo Mattotti que adapta el cuento infantil de Dino Buzzati. Dos cuentacuentos que caminando por el campo se topan con la guarida de un oso al que, para entretener y salvar sus vidas, comienzan a contarle una famosa fábula de otro tiempo: la historia de cómo los osos conquistaron Sicilia a los humanos para rescatar al hijo de su rey. Comienza así la narración diegética de una leyenda de aventura, fantasía, traición y valor; dividida en dos partes —cuando los cuentacuentos terminan con la historia «oficial», el oso que escuchaba siente la necesidad de añadir otro desenlace— y con moraleja final que reflexiona sobre la ambición de poder, la lealtad y la identidad propia.
La historia del rey Leoncé y su ejército de osos se muestra ante nuestros ojos mediante una animación sencilla, que huye completamente de fórmulas fotorrealistas y se parapeta entre líneas curvas, formas geométricas, colores brillantes y diseños minimalistas; un estilo de dibujo inspirado en las ilustraciones originales de Buzzati, que a su vez poseen grandes influencias de la pintura medieval.
Leyendas ancestrales, fábulas orales que se relatan junto a un fuego, que se interpretan con máscaras, bailes y entonaciones. Contar un cuento siguiendo las lógicas del juego y el disfrute, utilizando los elementos narrativos básicos pero esenciales que nos acompañan desde el principio de los tiempos y algún otro más reciente que aporte frescor y cierta sorpresa. Es sencillo y efectivo, pero no fácil. Hay que tener buen pulso —y algo de gusto— para unir todos estos mimbres y conformar una película de esta belleza formal, un manifiesto a favor de la alegría de ser niño cuya pretensión, igual que la de los cuentacuentos, no es más que la de entretener y divertir durante un rato, que no es poca cosa.