Archivo del Autor: Hèctor Prats Castro

Donostia Zinemaldia – Festival de Cine de San Sebastián (26-27-28/09/2013)

Grietas profundas

Entre nosotros existen genios y locos, pero todos acabamos por ser humanos, por estar hechos de la misma manera. Las estructuras internas de lo que se puede llamar intelecto, corazón, alma, entre otras entidades incorpóreas no verificadas dentro de nuestro ser, funcionan de forma similar en todos, aunque cada persona tenga unos ritmos y texturas particulares. En estos mecanismos internos contemplamos, por desgracia, imperfecciones, grietas que pueden aparecer por un motivo más o menos evidente, y desviar el funcionamiento de su cadencia usual.

En la recta final del Festival de San Sebastián nos aproximamos a obras que exploran figuras muy humanas, figuras que por su carácter mortal han sufrido pequeños derrumbamientos de piezas clave en su interior. The Young and Prodigious T.S. Spivet (L'extravagant voyage du jeune et prodigieux T.S. Spivet, Jean-Pierre Jeunet) trata el asunto con una delicadez adorable. T.S., un jovencísimo inventor y cartógrafo de 12 años que vive en un rancho de Montana, recibe un día una llamada del Smithsonian Institute de Washington. Quieren premiarlo por la aportación que ha hecho a la ciencia diseñando una máquina de movimiento perpetuo, y el niño decide cruzar el país sin decírselo a su familia para recibir el premio. En un colorido y ameno relato en 3D que se permite saltos lúdicos entre diferentes momentos de la vida del chico, iremos descubriendo que la lucidez de T.S. ha sido asombrosa desde temprana edad, a cada paso con experimentaciones más imaginativas. El caso es que, tiempo atrás, en la práctica de una de sus hipótesis, algo salió mal. Un error imprevisible hizo que su hermano se volara la cabeza con el rifle de su padre. Y eso era algo que T.S. no esperaba que sucediera.

El recuerdo de su hermano, un pequeño cowboy alegre, frecuenta la consciencia del protagonista, remitiéndole al suceso rompedor. La genialidad de T.S. no nace del trauma, sino que se ve turbada por éste. La frágil contención emocional que consigue ejercer el niño permite que continúe su viaje sin perder el ingenio. En cierto modo, la muerte de su hermano lo saca de una obstinación ciega por descubrir y modelar el mundo, y lo hace más humano, más vulnerable como el niño que en el fondo es.

En ocasiones, estas lecciones que avivan las grietas psicológicas conllevan fuertes dilemas morales. En Jeune & jolie (François Ozon), Isabelle, una joven de belleza arrebatadora y angelical, ejerce de prostituta de lujo por voluntad propia después de quedar desengañada en su primera experiencia sexual con un chico de su edad. El poco afecto con el que él la trata después de robarle la virginidad hará que la chica se sumerja en un estanque de experimentación sexual autodegradante por mero despecho. Su consciencia en el acto de vender su cuerpo pone a los hombres de mucha más edad que la usan en una posición incluso más denigrante. La aceptación indiferente de Isabelle y la contraposición de su belleza pura con la necesidad de satisfacer un deseo sucio con dinero hacen que el hombre, aquel que ha pagado, sienta, aunque sea en una pequeña proporción, el desmoronamiento de los últimos rastros de nobleza en su interior.

Aunque ella crea estar llevando a cabo su venganza contra el género masculino, topará con un hombre que le dará algo más que dinero como pago por sus servicios. La devoción que le llegará a profesar este anciano removerá los pilares de sus principios, replanteándose el auténtico propósito de su hazaña. Más que nada, lo que la grieta de su primera relación le ha causado ha sido una búsqueda atípica de cariño, una búsqueda que ha fructificado en algo inesperado, encontrando una flor vieja en medio de un mar de putrefacción masculina carbonizada.

En una línea semejante, pero con consecuencias más graves, está la protagonista de La herida (Fernando Franco). Esa herida del título, esa grieta primaria queda fuera de campo, viene del pasado y podemos deducir que tuvo lugar en algún punto de la relación con su padre. La protagonista sufre un trastorno psicológico que le provoca episodios de ansiedad y una conducta maníaco-depresiva. Está claro que necesita ayuda, y eso es lo único que pide pero que nadie parece entender. Sus arranques autodestructivos, la autolesión y el comportamiento errático e inestable no son más que señales de alarma, misivas de S.O.S. a todo el mundo, sea amigo, familiar o ex novio. Para ella, esa es la única forma de dar a entender que necesita ayuda para curar la grieta que la sacude desde su interior. Esa impotencia de la comunicación emocional hace todavía más profunda la herida, la desesperación ante unas fachadas sociales incapaces de dedicar una mínima atención a sus gritos de ayuda.

Es posible que, en ocasiones, el trauma se agravie, se contagie del propio mal que lo ha causado y explote no sólo hacia uno mismo, sino hacia los demás, como venganza. En Prisoners (Denis Villeneuve) encontramos esta disfuncionalidad interna por partida doble. Por una parte, el enfermo que secuestra a las niñas tiene de forma inevitable algo que no funciona correctamente en su interior. Villeneuve intenta crear una psicología perversa para el misterioso personaje, una estructura mental laberíntica que vaya a la par que la trama, con un camino sinuoso y encontrando constantemente vías sin salida.

Por otro lado, en un planteamiento mucho más interesante, está el personaje de Hugh Jackman. El secuestro de su hija abre una grieta inesperada en lo que es ser padre para él. No sabe cómo solucionarlo pero hará lo que esté en sus manos para recuperar a su niña. Las sospechas van reptando de un lugar a otro, pero cuando echa las manos sobre lo que cree que lo llevará hasta el final del túnel, no dudará en traspasar los límites. Cuando retiene a su sospechoso número uno en una casa abandonada de su propiedad, la ética queda aparcada fuera, junto a su coche, y transfigura todo su dolor interno en atroces ataques físicos que le den respuestas.

En Mapa (León Siminiani), el autor hace un estudio altamente interesante de la consciencia sobre estas grietas, aunque en una medida muy alejada del dramatismo de la ficción y llevada al más estricto terreno autobiográfico. A partir de una ruptura amorosa, Elías pone en marcha una búsqueda a todos los niveles para encontrar los motivos de sus errores, para encontrar respuestas nuevas a viejos interrogantes y, sobre todo, para encontrarse a sí mismo. Este viaje autorreflexivo nos ayudará a ver con perspectiva cómo, de alguna manera, somos nosotros mismos los que podemos determinar, hasta cierto punto, el alcance de las grietas que se forman en nuestro interior, y ver cómo algunas cosas en la vida tienen una solución más fácil de lo que parecía.

Las formas de externalizar los males de las grietas internas, como hemos visto, son muy diversas. Pueden volverse contra nuestro propio cuerpo o dignidad, amenazar nuestra lucidez o poner en peligro nuestra integridad física y la de otros, pero también convertirse en un motivo de introspección personal que puede acabar enriqueciendo la propia experiencia vital. Sea del modo que sea, cada acontecimiento traumático provoca un tipo diferente de brecha de difícil reparación, y la única forma que los humanos tenemos de intentar combatirlas es externalizar esos males. Y parece que hacer películas sobre ello también sirve.

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Donostia Zinemaldia – Festival de Cine de San Sebastián (24-25/09/2013)

Lobos solitarios

Cuarto y quinto día del festival. En las salas, los cazadores furtivos, lobos y máquinas de matar de violencia irreprimible salen a tomar por la fuerza el protagonismo de algunas de las películas. Wolf (Jim Taihuttu) se aposenta cómodamente en los patrones canónicos del film deportivo: Majid, un joven boxeador árabe que vive en los suburbios de una ciudad holandesa, empieza a ganar reputación en el submundo deportivo. En cuanto a su vida personal, la relación que lleva con sus padres es más bien tensa, tiene encuentros casuales con su exnovia Tessa y comete pequeños delitos organizados con su grupo de amigos. En un ambiente cargado de contrastes hostiles, propio de una mezcla entre Toro salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980) y El odio (La haine, Mathieu Kassovitz, 1995), la estética del noir urbano pende por encima de todo como una premonición fúnebre de sangre. Uno de los peces gordos del crimen organizado se interesará por él y lo patrocinará como boxeador, concediéndole la posibilidad de llegar a la liga profesional. Todo a su alrededor parece jugar en su favor, se trata de una apuesta muy arriesgada que él cree poder controlar por sí solo, pero que se le puede girar en contra en cualquier momento, y por el lado más inesperado.

En este panorama de peligrosa ambición, parece obvio que cualquier acción inapropiada puede desembocar en una represalia, ya sea procedente de la mafia o como acción de las fuerzas de la ley. No obstante, Majid ignora todo esto. Para él, su poder físico y determinación lo convierten en todopoderoso. Y es esa misma convicción convertida en un instinto furioso lo que hace que su omnipotencia se torne real. Anda solo por las calles del suburbio, por los rings de boxeo, es amo de los dominios que se le antojan. Su violencia conquista por asalto la de aquel que se le oponga. Prácticamente reduce a una masa pulposa la cara del tío que va con su antigua novia, y hace sucumbir incluso a los miembros de otra mafia en un intercambio comercial, imponiendo sus propias reglas. El entorno poco amigable en el que ha crecido ha propiciado su actitud, pero ésta es al mismo tiempo una elección voluntaria. Su violencia es la del lobo solitario por convicción propia, por creencia en su potencial de dominación.

Si nos paramos a observar Caníbal (Manuel Martín Cuenca, 2013), encontraremos también la filosofía despiadada del cazador, pero en una vertiente mucho más cruda. El personaje de Antonio de la Torre, Carlos, es un elegante sastre de pueblo que, sorpresa, consume carne humana. Uno de los puntos de partida interesantes de esta película es esa suposición previa, dada por hecha, que el espectador sabe de sobras que el protagonista practica el canibalismo. A través de una pausadísima narración episódica, tal vez anclada en exceso en la narrativa literaria, vamos conociendo la dinámica rutinaria del personaje. Se levanta temprano y está en el trabajo buena parte del día; de vez en cuando sale a cazar alguna presa, la cual prepara para su consumición en una cabaña en la montaña; en casa, básicamente cocina la carne (de la cual tiene una nevera llena) sin demasiados complementos, y se la come en una impasibilidad absoluta. A todo este día a día, llegará la intrigante intrusión de una nueva vecina, que tiene problemas con su pareja por asuntos monetarios de familia.

El caníbal mostrará algo de interés por la nueva inquilina, pero su indiferencia sólo se verá afectada cuando aparezca su hermana y las implicaciones emocionales sean mayores. Incluso con el revuelo de un posible amor en su vida, la violencia que perpetra el protagonista sigue siendo la misma. Sólo caza mujeres, y consigue la pieza que ha escogido pase lo que pase. En una secuencia enervantemente magistral, espera durante horas la rendición de una chica que se está bañando desnuda en el mar. Después que el cazador haya matado a su pareja, la espera a ella, que nada desesperada sin otra posibilidad que seguir en el agua. Esa paciencia, esa certeza implacable de la muerte provocada es lo que causa un escalofrío al sopesar al personaje protagonista. Su acción destructiva no explota en el fervor de la pelea, por autocomplacencia, como en Wolf, sino que es absolutamente fría y premeditada.

La violencia de Caníbal es, de hecho, por necesidad biológica intrínseca, por una característica mental que establece que, a su pesar o no, debe consumir carne humana. Esa necesidad anula ya de buen principio la mayor parte de humanidad que se podría encontrar en Carlos, transformándolo en la figura rectificada de un psicópata. Su pulcritud, su obsesión por la corrección y recto funcionamiento y disposición de todo lo que hay en su vida demuestran que el hecho de matar mujeres y comérselas no es más que una parte del trabajo que hay que realizar con meticulosidad. El caníbal necesita la violencia, pero para subsistir, no para hacerse lugar ni defenderse.

En cambio, en A Touch of Sin (Tian zhu ding, Zhangke Jia) encontramos casos mucho más diversos del uso de la violencia. Con un entramado de historias locales en la China contemporánea, acabamos viendo que, la gran mayoría de las veces, la violencia es la única respuesta. Puede que un hombre de pueblo la encuentre necesaria para parar un sistema controlado por unos pocos poderosos y hacer que la gente reaccione, o puede que le haga falta a una masajista para defenderse de unos clientes que son violadores en potencia. En ocasiones, personajes marginales de la sociedad encuentran la única vía de escape a situaciones precarias en hacerle estallar la cabeza de un balazo a quien los esté intentando someter. Este uso de una agresividad justificada por el desamparo se retrata de forma brutal en la película china, con una exaltación del dinamismo y la visceralidad extrema, al más puro estilo Park Chan-wook.

Dentro del mismo tejido de relatos, no obstante, también encontramos lobos implacables que ejercen la violencia como deber insano. Un raquítico hombrecillo abrigadísimo que va en moto no duda en matar de tres tiros certeros a los tres pandilleros que lo asaltan en la carretera, y menos aún en acabar con quien se le ponga por delante cuando se dispone a robar un bolso. Esta violencia ejercida de forma consciente y premeditada, y con el solo fin de imponer un control sobre otro ser, trae de vuelta la ley del salvaje Oeste, que se apodera de las imágenes de una China andrajosa y muestra al mundo las diferentes expresiones que puede tener matar a alguien.

Personajes que van por libre, lobos solitarios, unos que machacan por autocomplacencia en el estimulante fervor de una pelea, otros que cazan humanos por la mera necesidad patológica de consumir esas presas, tantos otros que matan en acto de defensa o liberación, y otros que reparten violencia sádica con impunidad como don de poder personal. Podría parecer fácil juzgar qué está mal y qué está justificado, pero nunca sabemos con qué motivos podemos llegar a encontrarnos para necesitar empuñar la violencia.

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Donostia Zinemaldia – Festival de Cine de San Sebastián (22-23/09/2013)

Viajes al conflicto interno

Entre el tercer y el cuarto día aparecen algunas de las joyas más sorprendentes del festival. Al terminar de ver Enemy (Denis Villeneuve) quedo sumido en una especie de confusión entre mística y perturbadora. Con Jake Gyllenhaal como protagonista por partida doble, la obra nos propone un juego identitario perverso: ¿qué haríamos si descubriéramos que existe alguien exactamente igual que uno mismo? El hallazgo de ese doble físico tiene lugar en un Toronto absolutamente despersonalizado, y nos inicia en un relato introspectivo de densidad y opresión palpables, en un ambiente recalentado y amarillento.

La incursión esporádica pero reveladora de algunas imágenes metafóricas que escarban en el oscuro mundo de una feminidad arácnida permite que nos adentremos lentamente en una mente caótica obsesionada por el dominio de algo que no puede controlar. Acabamos entendiendo que, de hecho, la seductora pero endiablada proposición de la idea del doble es una turbia invitación a cuestionarnos cómo está construido el subconsciente humano, a base de deseos y miedos, peligrosos y excitantes a partes iguales.

El viaje que tanto el espectador como el personaje de Gyllenhaal realizan hacia uno de los pilares de la psique humana, el miedo, también se produce en diferente medida en Gravity (Alfonso Cuarón). En ella, Sandra Bullock encarna a una doctora que está en misión en la Estación Espacial Internacional y debe regresar a la Tierra con urgencia por los riesgos de colisión de partículas provenientes de la explosión de otro satélite.

El contexto de la acción ya es de por sí aterrador: un inmenso vacío negro con pequeñas salpicaduras de materia tangible y flotante. No hay prácticamente nada a lo que aferrarse y la supervivencia de la protagonista pende de cuerdas extremadamente frágiles que la retienen de quedar confinada en la gravedad cero. Vivimos una experiencia de angustia y tensión constantes, una vivencia transmitida casi a la propia piel del público, que no podrá hacer más que agarrarse a lo que tenga más a mano y esperar que todo vaya bien. La terrible aventura de la astronauta toma una vertiente altamente psicológica en el conflicto que disputa en su interior. Por una parte, está haciendo lo imposible por seguir con vida, pero es consciente que no tiene nada por lo que vivir. Allá, abajo, en la Tierra, no hay nadie que la espere. El trauma adulto de la muerte de una hija despierta fulgores de desapego a su propia existencia, pero el horror vacuo del espacio exterior hará que entre en una razón mucho más instintiva, la de la autoprotección.

De alguna manera, el viaje externo, la odisea imposible que lleva a cabo para volver a tierra firme provoca una introspección mucho más relevante: la continuidad del relato y de la integridad mental de la protagonista se basan en la simple decisión entre seguir intentándolo o tirar la toalla. Es, en este caso, la realización de un viaje, una escapada imposible la que despierta la confrontación con el miedo a morir, a perderse en la nada, y el consiguiente deseo a aferrarse a la vida, que causará un proceso de renacimiento metafórico de la protagonista. En cambio, lo que Enemy propone es un recorrido inverso, una involución destructiva: la confrontación de un poso denso formado de miedos y deseos activa un relato, un viaje supuestamente hacia el exterior que acabará resolviéndose de forma inevitable en el subconsciente originador.

Ambas obras ponen sobre la mesa unas premisas similares: un conflicto interno en forma de miedos y deseos profundos, y un conflicto externo en forma de viaje, ya sea de búsqueda o de huida. Estos parámetros son puestos bajo presión en direcciones opuestas y en contextos y situaciones tremendamente anormales, considerando la ingravidez del espacio exterior y la aparición surreal del doble idéntico como algo evidentemente anormal. Teniendo cada película un punto de partida diferente, Enemy la curiosidad de la psique y Gravity la necesidad física, se ponen en marcha mecanismos complementarios que chocarán para tejer relatos de aspecto mitológico pero que acarician la posmodernidad con maestría.

El absurdo en el drama social

Otro de los temas interesantes que aparece durante estos dos días es el drama social llevado a lo absurdo. Of Horses and Men (Benedikt Erlingsson), con un humor negrísimo procedente de Islandia, nos da a conocer un mosaico de historias peculiares de las gentes del lugar, siempre con algún tipo de relación con la especie equina. Ya sea el elegante paseo diario de uno de los señores de la región o las andadas de un granjero enemistado con otro, todo acaba en el patetismo extremo de aquello fuertemente real y dramático, pero visto desde fuera, con lo cual acaba siendo altamente risible. Con un sentido del humor destructivo y despreocupado parecido al de Sightseers (Ben Wheatley, 2012), nos acercamos a la curiosa sociedad islandesa desde un punto de vista que expone los hechos reales en bruto, a distancia, con una crudeza sarcástica que desmonta el mecanismo del drama social para llevarlo a una comedia empapada de la absurdidad de lo posible.

Abordado por otro lado, Pelo malo (Mariana Rondón) también plantea temas interesantes respecto a este absurdo filtrado en lo que pudiera ser dramático. La película se ambienta en Caracas, en una zona pobre de apartamentos multifamiliares donde viven Junior, un niño de 9 años, su madre y su hermano pequeño. Junior tiene el pelo rizado, “malo”, según él, y su principal fijación es alisárselo para parecer un cantante. Su comportamiento inconscientemente amanerado alarmará a su madre de forma ilógica, haciéndole pensar que es homosexual. Lo que se plantea es una obsesión irracional de la madre viuda, un drama infundado sobre algo que no merece recibir tamaña preocupación, al menos por el momento. Tratar el tema de la homosexualidad en un entorno de miseria y familia atípica, con la confrontación de sus potenciales inconvenientes sociales, es lo que dota a la obra de ese interés en un drama latentemente absurdo.

Dentro del drama, Pelo malo se ajusta a la dirección de emociones propia de su género, pero al mismo tiempo está planteando una posibilidad, una verdad semioculta que resulta absurda tomada en perspectiva. A diferencia de Of Horses and Men, el absurdo, la pequeña locura irreverente que roe a la madre de Junior, es el hecho que desencadena la puesta en escena del drama. El motivo encerrado del conflicto generacional no es más que una suposición, una actitud paranoide anticipada a algo que todavía no puede estar claro. Por el contrario, la comedia islandesa toma hechos con un gran potencial trágico y pone distancia entre éstos y la mirada. Esa separación estratégica es la que confiere un cariz hilarante al fresco de la sociedad islandesa. Tanto por una parte como por la otra, pues, el drama social se encuentra presente, pero el resultado acaba dependiendo de si se toma como tema a diseccionar o propiamente como género originador de la obra.

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Donostia Zinemaldia – Festival de Cine de San Sebastián (20-21/09/2013)

Individualidades únicas

Largas playas azotadas por vientos y olas procedentes del Atlántico; pintorescos espacios de proyección y de visita obligada; una larga lista de obras, mezcladas entre estrenos esperados, trabajos que rozan la decencia y pequeñas maravillas del cine; y ocho días para asimilarlo todo: empieza la 61ª edición del Festival de Cine de San Sebastián, el evento más importante del séptimo arte a nivel nacional.

La mañana del primer día se abre con La jaula de oro (Diego Quemada-Diez, 2013). Un reducido grupo de jóvenes de Guatemala sueña con llegar a Estados Unidos para salir de la miseria de su país, y la única forma de conseguirlo es cruzando la frontera sea como sea, con la inevitabilidad del peligro y la ilegalidad. La película se suma a muchas otras de las recopilaciones de historias basadas en hechos verídicos, siempre con la tragedia de los emigrantes como destino principal, y sólo con destellos inmateriales de esperanza asomando de vez en cuando. El mismo director, de origen español pero afincado en México desde hace 17 años, afirma haber sufrido serias dificultades en su pasado como emigrante, e incluso cuando ya estaba rodando la película estuvo bajo amenaza por la hostilidad del espacio en que se movía. Podríamos catalogar la obra de train movie, por la constante del desplazamiento de los personajes a través de las líneas ferroviarias de forma clandestina. Formalmente, la esencia de planos que en ocasiones parecen improvisados le da un toque de ficción documental, también totalmente anclado al realismo del contenido. Entre los personajes del relato, niños no actores de la Zona 3 de Guatemala, incluso con un indígena tzotzil entre ellos, van naciendo ciertas fricciones que dificultarán todavía más el camino hacia lo imposible. Uno de los grandes logros de La jaula de oro es su capacidad de transmitir sensaciones humanas y hechos reales con el uso de tan pocas palabras, simplemente apostando por la fuerza del mensaje.

Se proyecta este mismo día la última obra de Terry Gilliam, The Zero Theorem (2013), un escape mental de dimensiones siderales ambientado en un futuro desconcertante, que reflexiona alrededor del vacío, de la nada que espera al final de todas las cosas existentes y que supone su único objetivo. En términos más humanos, esta búsqueda se traduce en el personaje irreconocible y mejorable de Christoph Waltz, un informático ultraproductivo y fuera de cualquier tipo de relación humana. Sus únicas obsesiones son, por una parte, entender esa nada, comprender cómo el cero puede equivaler al todo, y, por la otra, recibir una supuesta llamada que le revelará el sentido de su existencia. La misma locura del argumento delata la broma, la estupidez vital que comete el ser humano, ya que buscar el sentido de la vida acaba siendo un sinsentido. El ex Monty Python, como ya hacía con su grupo en El sentido de la vida (The Meaning of Life, Terry Jones y Terry Gilliam, 1983) parece seguir obsesionado con divulgar esta verdad, la de dejar de preocuparse por los asuntos universales que escapan a nuestro alcance y dedicarse a los pequeños placeres de la vida real.

Segundo día del Festival, empezando con Por las plumas (Neto Villalobos, 2013), una especie de comedia del patetismo de la gente que se puede mover por los círculos de las batallas de gallos en Costa Rica. El protagonista es un vigilante de seguridad que sólo quiere tener un bonito gallo, entrenarlo y llevarlo a combatir, más por el orgullo de tenerlo que por el dinero que pueda ganar. Al principio, su obstinación por el animal antes y después de su compra proyecta una cierta idea de onanismo, de constante autocompasión del personaje, de una forma inconsciente y degradante. Más adelante se suman al equipo animador del gallo un niño gordo que quiere dejarse crecer el bigote pero no le sale, una mujer de la limpieza que vende cosméticos como segunda fuente de ingresos y otro vigilante de seguridad, éste totalmente inepto y bastante más desquiciado por la vida. La cuadrilla forma un conjunto patético pero en ocasiones cómico, y es inevitable pensar que el director no pretendía más que reírse de esta gente contando sus miserias cómicas. Se trata de una historia anecdótica, pero que también habla sobre la soledad de estos individuos y cómo intentan remediarla con la compañía mutua, que ya da que agradecer.

Inmediatamente después llega Puppy Love (Delphine Lehericey, 2013), que empieza con un arranque de frescura curioso y muy prometedor, pero pierde algo de fuelle a lo largo del metraje. La obra retrata un estadio vital con total fidelidad: la adolescencia femenina. La protagonista, encarnada por la conseguida Solène Rigot, vive las primeras experiencias amorosas y sexuales. En su vida todo marcha normal, con la típica sensación de tedio, desorientación y amenaza de depresión de su edad. Sus relaciones todavía no funcionan como ella quisiera, y eso le genera serias dudas sobre su propio cuerpo y capacidad. Es entonces cuando conoce a otra chica de su edad, aparentemente mucho más liberada, que la guiará hacia juegos de sexo inconscientes como el amor entre cachorros, algo que sucede sin que los sujetos comprendan plenamente la situación. Las aventuras fugaces de las dos amigas se irán repitiendo, siempre con la nueva amiga como incitadora de lo libertario. Llega un punto en que estas repeticiones se hacen innecesarias, porque no aportan nada nuevo, vuelven a recaer sobre los mismos temas, la determinación de la libertaria y la pasividad de Solène. Esto será hasta que suceda algo que ya no será tan inconsciente, y traerá consecuencias al núcleo de relaciones. Será entonces cuando el auténtico ser de la protagonista saldrá a flote haciendo estallar todo el nihilismo latente de la adolescencia, cosa que le provoca cierto placer en el desengaño prematuro.

Después de comer, en la hora más fuerte del sol, el momento indicado para el film, se proyecta Funeral at Noon (Adam Sanderson, 2013). Se trata de una película israelina basada en una novela homónima, centrada en la figura femenina de un ama de casa joven, interpretada por la impasible y etérea Meirav Gruber, que vive en un aburrimiento doméstico que sólo será sacudido por sus escapadas furtivas y un descubrimiento secreto que la mantendrá en vilo. Sutilmente, se nos habla de una represión silenciosa de la mujer, de una rutina y obediencia que se anhela infringir. Las escapadas de la mujer tendrán un niño acompañante, y este error primerizo llevará a que suceda algo peor. Los mecanismos de la mirada y la representación están muy presentes en estas escapadas, en las cuales se pondrá en marcha un juego de escondites y espacios visibles enmarcados entre tres personajes, con el secreto encerrado en miradas mudas. La fotografía y el ambiente son magistrales, de un toque pictórico despoblado, con ocres y suavidades en el paraje desierto, hogar de la individualidad oculta de la figura femenina. Aun así, en este espacio tranquilo se hará palpable el elemento distorsionador, el que motiva a la mujer a infringir la ley, despertado con una inquietud similar a las que despierta Shyamalan en sus buenos momentos, pero sin el añadido de la ciencia ficción.

Para cerrar el día, la película de animación en 3D Futbolín (Juan José Campanella, 2013), un entretenimiento infantil muy correcto, una especie de Toy Story (John Lasseter, 1995) con la pasión por el fútbol. En algunos momentos se hace necesaria una mejora de la animación digital, pero otros, especialmente trabajados a cámara lenta, suponen momentos de gran espectáculo y diversión. El relato canónico suscita a veces emociones forzadas por la situación, pero acaba resultando un producto muy digerible para terminar la jornada.

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‘Kauwboy’ (Boudewijn Koole, 2012)

Vuelta a una mirada incorrupta

El título de Kauwboy nos sugiere que se trata de una historia relacionada con el western, pero no, esta película no tiene nada que ver con ningún vaquero, sino más bien con un niño que podría jugar a serlo. Jojo es un niño de unos diez años que vive con su padre, ya que su madre está ausente. Según el chico, ella está de gira, pero se hace evidente desde un principio que murió y este recuerdo ha quedado cubierto por una explicación más agradable. El padre de Jojo pasa gran parte del tiempo trabajando fuera de casa, por lo cual no presta demasiada atención a su hijo y, cuando está con él, éste sólo le provoca estallidos de violencia por sus ocurrencias infantiles. Jojo vive, en definitiva, solo y desprovisto de ningún tipo de cariño, por lo cual adoptará como amiga a una cría de grajilla que encuentra en el campo, tan desamparada de su familia como él mismo.

Se podría hablar de la historia de dos crías sin madre, unidas para respaldarse en sus carencias afectivas, o bien de la transición que experimenta un niño en aceptar la falibilidad de los seres vivos, incluso de los más queridos; podríamos hablar sin duda de un proceso hacia la madurez, del encuentro inocente del primer amor y de la dificultad de las relaciones familiares, pero hay algo más allá de todo esto, algo más esencial en cuanto a lo cinematográfico de Kauwboy.

Vivimos de lleno una nueva infancia. Corremos por campos y nos manchamos de pies a cabeza sin que importe lo más mínimo; recreamos pequeñas guerras entre figuras de plástico y objetivos lejanos que no han sido avisados del conflicto; convertimos el hogar en un espacio de experimentación, de ensayo y error de aquello que parece hacer la gente adulta. Volvemos a nuestro origen perceptivo, al punto de vista de un niño.

Cada plano está esbozado con una depuración y una naturalidad analgésicas. El balance, la mirada limpia que equilibra contenido de forma con contenido de vacío se palpa en la esencia vital de las imágenes. Todo parece presentarse con respiración propia, tal y como es en su estado natural.

La forma de mirar, de mostrar, que Koole consigue tiene algo de curioso, de incorrupto. Lo que aquí alcanza parece poder desvincularse de cualquier referencialidad cinematográfica. Como mirada inmaculada, pura, transporta la imagen a un estadio previo de la percepción. Lo que vemos está por descubrir, está pendiente de ser parte significante como lenguaje de un arte. Las formas aprendidas se suspenden parcialmente, y la percepción regresa a un estado básico, en el cual todas las concepciones de lo subconsciente están aún por formarse. El pánico a aquello ajeno, desconocido, como el mismo pájaro, se torna en una curiosidad despreocupada que descubre por primera vez cada elemento y le da el valor que se precia justo, sin prejuicios. Ninguna de las figuras icónicas que podríamos identificar es todavía lo que creemos que es. El padre dominante y furioso y la relación de amor-odio con su hijo es algo que está modelando al propio niño, y la respuesta de éste son berrinches, y no traumas que repercuten a largo plazo. Todo es inevitablemente infantil, pero en un sentido positivo, de frescura, y afrontamos la realidad naturalista que se nos presenta con una perspectiva diferente, la de un niño.

De esta forma, Kauwboy nos plantea muchas cuestiones vitales, repetidas hasta la saciedad en cualquier relato, pero de una forma primigenia, con la ternura de algo por conocer. En cada momento redescubrimos ideas en estado embrionario, mucho menos desarrolladas de lo que ya las creíamos, pero esa simplicidad es lo que les da brillo y pureza. La separación entre lo civilizado y lo salvaje; la plasticidad de los juegos de infancia y el primer beso; el medio acuático como espacio meditativo. Todo tiene un cariz aliviador, algo que aleja el barroquismo de lo construido y nos devuelve a una mirada pura y limpia.

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‘Hitchcock’ (Sacha Gervasi, 2012)

Los riesgos de la evidencia y la palabra por la imagen

El fratricidio con el que empieza Hitchcock (2012) es, en realidad, el que inició los sucesos que más tarde se adaptarían en el relato de Psicosis (1960). Nada más presenciarlo, se nos aparece de forma inevitable el personaje que convirtió dicha historia en un hito de la cultura: Alfred Hitchcock. Éste se adueña de la escena como si se tratara del inicio de un episodio de Alfred Hitchcock Presenta (1955-1961) o La hora de Alfred Hitchcock (1962-1965) y nos invita a ver lo que rodeó la producción de la obra, todo enfocado des de la adaptación del libro de Stephen Rebello que lo relata (Alfred Hitchcock and the Making of Psycho). Así, con esta breve falsa cápsula autoral de presentación, se nos inserta en la tónica del film: una progresión de situaciones que parecen pensadas para salir en el tráiler.

Nos centramos en el tiempo alrededor de la producción de la versión cinematográfica de Psicosis y el día a día de su director. Aun así, lo que subyace bajo la cotidianeidad parece difícil de sonsacar manteniendo una línea realista, así que hay que mostrarlo de una forma comprensible, aunque esto implique que se convierta en una representación tosca. Las magistrales marcas de autor que Hitchcock grababa en sus piezas quedan aquí reducidas a meras evidencias: se caricaturizan y repiten símbolos hasta una saciedad paródica (el voyeurismo del director, el ojo que mira por el agujero y la subjetividad de la visión), y se verbalizan burdamente conceptos que se desprenden de la obra y su interpretación. De esta manera, se llega incluso al extremo en que uno de los personajes pone sobre la mesa despreocupadamente la obsesión de Hitchcock por el soporte fantasmático de la mujer ideal en sus obras: las mujeres rubias de Hitchcock se convierten en un tema poco controvertido y abierto al entendimiento de todos, casi pasando por alto que se trata de un caso de patología psicoanalítica.

Toda la película, de hecho, parte de una aceptación inicial de la tradición cinematográfica del personaje, pero desde una lectura intranscendental. Se trata de una reproducción “inteligible” de las interpretaciones que se han hecho a lo largo del tiempo sobre la obra de Hitchcock y lo que se expresa en ellas: conflictos entre un superyó lascivo y dominante y un ego débil, deseos sexuales reprimidos, intentos de revigorización de una masculinidad en crisis... Todo se lee aquí como producto del procesamiento de las imágenes, la repetición de las teorías y, finalmente, la consecuente y degradante verbalización de las ideas para comprensión de todo el mundo. Este cine, aunque trate de hablar del propio cine sin llegar a atisbarlo, ya no habla en imágenes, sino que se hace elocuente por vías menos elegantes; aún efectivas, pero algo desagradables a la percepción. Quién sabe si esto fuera por la inmensa presencia y peso del legado de Hitchcock y el miedo a mancillarlo.

No obstante esta grandeza del recuerdo, el retrato de la figura del director no le hace demasiada justicia. Al principio nos quedamos con la imagen tan arraigada en el imaginario del gordito calvo y gracioso que presenta historias de suspense, pero este se queda encallado en la representación plana de un hombre obstinado cual niño pequeño. La figura hinchada y hierática no deja translucir el genio expresivo de Anthony Hopkins, que queda eclipsado por la madurez de la figura moldeable de Alma Reville, la esposa de Hitchcock, interpretada por Helen Mirren. Su personaje es el que lleva el principal impulso al argumento de la lucha por la producción de la obra, que queda reducido a un camino pedregoso lleno de trabas un tanto dramatizadas, casi como en una fábula en la que los héroes harán lo imposible para llegar al final feliz. Mientras Alma hace, pues, lo imposible para tirar adelante el proyecto, Hitchcock vagará entre la realidad y su atormentada y prodigiosa mente creadora, al mismo tiempo que su entorno insinúa, muy equivocado, que ya iba siendo hora de que se retirara. Qué poco respeto.

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